4/4/13

En el puerto 01


Si hace unos años alguien me hubiera dicho que uno de los lugares que visitaría regularmente sería Puerto Banús, no habría dado crédito a tal afirmación. Pero la vida, generalmente, se resiste a la inquietud planificadora con la que pretendemos controlar nuestro propio camino. Destino, predestinación, conceptos inventados para definir esa sensación de perplejidad ante lo inevitable, como lo es todo lo que nos ocurre una vez nos ha ocurrido. Mi pareja y su familia siempre han pasado fiestas y vacaciones en Marbella, y pasear, o comer en uno de los restaurantes de este pequeño puerto a medio camino de San Pedro de Alcántara, visitado anualmente por casi 5 millones de personas, es una actividad recurrente. A los niños les gusta ver los barcos y echar pan a los peces. La mayoría de los adultos, especialmente a la mujeres, les gusta curiosear por las numerosas tiendas de lujo que comparten espacio con bares y restaurantes. Los hombres, se supone, podemos disfrutar admirando los cochazos exhibidos por millonarios rusos o saudíes.

Puerto Banús se inauguró en mayo de 1970, en una celebración por todo lo alto amenizada por Julio Iglesias y con la presencia de realeza de diversa índole, lo que incluía al príncipe de Asturias, actual rey Juan Carlos, a la princesa de Mónaco, Grace Kelly, y al fundador de la revista Play Boy, Hugh Hefner. Fue un proyecto impulsado por el promotor José Banús y realizado por el arquitecto Noldi Schreck, quien participó también en el diseño y construcción de Beverly Hills. Portentoso currículum.

¿Cómo podría sintetizar mi experiencia en un lugar como este, donde nunca hubiera imaginado poner el pie, dejando de lado la buena comida y le alegría de mi hijo alimentando peces?

Un día estaba en el restaurante habitual con la familia de mi compañera. Me levanté de la mesa, situada en un rincón de la terraza, para ir al baño, y entré dentro. Cuando enfilaba las escaleras que subían hacia mi objetivo, un camarero me interceptó de mala manera para informarme de que el baño era solo para clientes. Al señalarle la mesa de la que provenía, cambió su actitud y se deshizo en tímidas reverencias y excusas, claramente consternado por su error, o más bien por la posibilidad de que este pudiera acarrearle alguna consecuencia.

Se dice que el hábito no hace al monje, pero no hay duda de que hace que lo parezcas. Me pregunto ahora, cuántos de esos 5 millones de visitantes anuales forman parte de la fauna autóctona, y cuantos vienen de fuera a admirar, como si visitaran un zoo, ese estilo de vida al que nunca tendrán acceso.