31/3/15

Fernández

Un rostro ante una cámara. Se convierte en una imagen que invade nuestro imaginario. Aparece y desaparece, nos interroga desde un gesto inmóvil, ajeno a la realidad que rodea esa imagen, ese rostro. De repente se convierte en algo familiar, corriente, común, compartido. Es la imagen del político que nos ha acompañado durante años, un rostro convertido en imagen que se transforma con el tiempo, siempre asociado a la política, siempre asociado a ese inmenso contenedor de imágenes que son los medios de comunicación.

Y un día le miramos, o queremos mirarle. Un día intentamos descubrir a la persona que esa imagen representa, al ser humano que hay detrás, como suele decirse, detrás de ese recuerdo recurrente que hemos visto miles de veces, cada recuerdo solapando el anterior en una interminable cadena de olvido. Lo único que podemos ver es el silencio. En los ojos, en la boca, en el gesto de las manos. Una humanidad completamente ajena que nos da la espalda, nos desprecia. La imagen de nuestro presente.

Curiosamente, las biografías políticas que he encontrado asociadas a ese ser humano no llegan más allá de 1978. Me pregunto quién fue, cómo era su imagen, la imagen de un hijo de militar, ingeniero industrial, supernumerario del Opus Dei, en ese tiempo anterior a todo. Miremos a la realidad. A la nuestra y a la que él quiere construir a nuestro alrededor con su nueva ley. Tal vez así nos haremos una idea. Sería un primer paso, pues no olvidemos que las ideas son armas. 

Artículo publicado en el nº11 de la revista LaHiedra