21/4/16

Unidad popular: desde abajo para cambiarlo todo

Artículo publicado en el nº 00 de la tercera etapa de la revista La Hiedra.
La situación política que se está viviendo estas últimas semanas en el Congreso de los Diputados y sus aledaños parece querer hacer valer esa famosa frase del Gatopardo: que todo cambie para que todo siga igual. Las elecciones del pasado 20 de diciembre han dejado un panorama incierto y de difícil resolución en cuanto a la aritmética parlamentaria, pero que no debe cegarnos ante la naturaleza de cualquiera de los posibles pactos que llevarían a la configuración de un nuevo gobierno.

Un gobierno del Partido Popular no parece posible sin el apoyo del PSOE. Un gobierno del PSOE no parece posible sin el apoyo de Podemos. En este contexto es el partido de Pedro Sánchez el que se encuentra sujeto a las mayores presiones, mientras Rajoy juega a dilatar los tiempos y Pablo Iglesias intenta dar muestras de iniciativa y fortaleza políticas. La cuestión de fondo no es lo que pueda hacer este o aquel gobierno, sino cuál es el camino para construir una alternativa capaz de impulsar medidas de cambio que rompan con el inmovilismo y la austeridad.

El bipartidismo en la encrucijada
El descalabro electoral sufrido por el PP y el PSOE, que han perdido entre los dos 5 millones de votos, no es tan relevante como un voto a la izquierda del PSOE que, sumando a Podemos y a UP, llega a los 6 millones. Esta tendencia se puede interpretar de dos maneras diferentes, o en dos direcciones. Primero, como un movimiento marcado por una brecha generacional, no tanto por los rangos de edad que apoyan en mayor medida los nuevos partidos, sino por la percepción generalizada, entre amplias capas de la población, del agotamiento del régimen surgido de la transición y sus consensos.

La desigualdad, el paro, los desahucios, la “fuga de cerebros”, los recortes sociales, la corrupción, y tantas otras consecuencias nefastas de la mal llamada crisis, lanzó a la gente a la calle en lo que conocemos como 15M y las mareas, y de ahí han surgido los nuevos proyectos políticos hoy en liza. Pero si desde las plazas se señalaba a los partidos políticos del régimen sin distinción al grito de 'no nos representan!', y ese grito fue fundamental en la articulación del discurso que llevó a Podemos a constituirse en una alternativa posible, la situación actual obliga a replantearse cuál es la verdadera naturaleza de eso que se ha denominado “casta”, y porqué es posible proponer un pacto de gobierno con parte de esa “casta”, que desde el principio sabemos que son “la misma mierda”.

Pasaremos por alto la contradicción de que quienes han denostado a la CUP-CC por pactar con el partido de la corrupción y los recortes en Catalunya y ahora quieren pactar con el partido del 135, los desahucios exprés y el rescate a la banca. Lo importante aquí no es la crisis del bipartidismo como símbolo de la crisis del régimen del 78, sino la crisis de la socialdemocracia como consecuencia de una política de rendición ante el neoliberalismo que ha tenido lugar en toda Europa, y especialmente en el contexto de la Unión Europea.

La crisis del PSOE y el nuevo reformismo
No se puede negar que el Estado español tiene sus particularidades, pero estas no sirven para entender la totalidad de la situación que vivimos. En Gran Bretaña por ejemplo, el Partido Laborista ha emprendido un proceso de renovación que supone un giro a la izquierda, con la elección como líder de Jeremy Corbin. El PSOE intentó algo parecido con Pedro Sánchez, un candidato joven que aparenta unos aires de renovación que no han servido para frenar su descenso en las urnas. Pedro Sánchez quiere resituar al PSOE como un proyecto de cambio que impulse medidas sociales, pero dado que para eso necesita el apoyo de Podemos, la vieja guardia de su propio partido, así como buena parte del poder mediático y económico, presionan para forzar una alianza con el PP y Ciudadanos que devuelva el país a los cauces de la normalidad y la estabilidad. Lo que está en cuestión es, precisamente, el espacio político que representa el PSOE, su capacidad de frenar la sangría de votos, 6 millones desde 2008, y la posibilidad de que entre en un proceso de “pasokización” en favor de Podemos u otras fuerzas del cambio.

Podemos, por otro lado, no está exento de contradicciones. La conquista del centro político por parte de una máquina de guerra electoral no ha sido suficiente para romper el tablero y asaltar el cielo, como preconizaban en Vistalegre. El apoyo al referéndum en Catalunya, propiciado por En Comú, la negativa a firmar el pacto anti-yihadista y sus alianzas en Galiza, País Valencià y Catalunya, suponen un giro a la izquierda responsable en gran parte de los buenos resultados del 20D.

Ahora necesitan demostrarle a la gente que sus 69 diputados y diputadas sirven para algo, que son una opción de gobierno y que lucharán por ello, lo cual les obliga a negociar acuerdos con el PSOE y tal vez, con Ciudadanos. Al mismo tiempo es necesario seguir trabajando para ocupar el espacio político que la socialdemocracia en crisis no parece capaz de mantener, o recuperar. Para ello será importante lo que se consiga en el parlamento, pero más aún las dinámicas que se pueden dar fuera y que son las que han impulsado desde siempre los momentos de cambio.

La Troika llama a la puerta
Es difícil imaginarse un gobierno compuesto por el PSOE, Podemos y UP que no implique grandes concesiones por parte de estos últimos. La trayectoria del PSOE en el poder no puede ser más clara. Muestra la naturaleza de un partido que ha gobernado integrándose cada vez más en el sistema, capaz de abordar con entusiasmo las reformas que el mercado y las instituciones del neoliberalismo le reclaman. No se puede olvidar que sea cual sea el gobierno que venga, deberá enfrentarse a las demandas de la Troika, que exige al Estado español una nueva reforma laboral y un ajuste de 11.000 millones de euros.

Más recortes, más privatización y más precariedad laboral. Esta será la línea de actuación de quien no esté dispuesto a proponer políticas de ruptura con la UE, políticas que defiendan la soberanía popular real frente a los dictados del poder económico. Ni siquiera un gobierno de Podemos en solitario parecería dispuesto a abordar cuestiones cruciales como el impago de la deuda o la salida del euro, ni aun en un hipotético escenario en el que lograra una mayoría absoluta, caso de repetirse las elecciones. Lo mismo que gobernando con el PSOE, Podemos es rehén de su estrategia de conquistar la centralidad política, lo que le obliga renunciar a cuestiones programáticas y de discurso esenciales para conseguir un cambio de rumbo, tanto en el Estado como en la UE.

Si bien han sido capaces de entender la importancia de defender un referéndum de autodeterminación para Catalunya, no dejan de declarar que su objetivo es mantener la unidad de España. Defendemos los derechos sociales, políticos y democráticos, pero renunciamos a la ruptura con el estado de cosas actual. Esta podría ser una definición de reformismo tan válida como cualquier otra. El problema viene cuando es precisamente el “estado de cosas actual” el que no solo niega cualquier avance, sino que exige seguir por la senda de los sacrificios. El caso griego es paradigmático. Quienes parecían encarnar la esperanza de Europa en una nueva política que pusiera fin a la austeridad, son ahora quienes aplican los planes de ajustes, recortes y privatizaciones que empobrecen cada día más al pueblo griego.

Desde abajo, para cambiarlo todo
No es el gobierno lo que debe preocuparnos entonces, sino la correlación de fuerzas. No tanto porque no sea importante lo que se pueda hacer desde los parlamentos y las instituciones, sino porque va a ser en la calle donde se ponga en cuestión la continuidad o no de las políticas que venimos sufriendo desde que empezó la crisis (y mucho antes).

Tanto si se convocan nuevas elecciones como si no, el ciclo electoral está llegando a su fin. Todas las energías puestas en esa dinámica deberán canalizarse hacia un nuevo ciclo de luchas. Solo con el resurgir de las mareas y un aumento de la resistencia en el mundo laboral podremos hacer frente a las políticas de la Troika, las aplique el PP, el PSOE o incluso un gobierno de Podemos doblegado, como lo fue Syriza, por los poderes económicos y sus instituciones. Es en esos procesos donde podremos darle a la unidad popular el sentido que verdaderamente tiene. Ni pactos entre cúpulas ni listas electorales. Una confluencia desde abajo en el fragor de las luchas, para cambiarlo todo.