21/5/17

Cuando el humor se pone serio

Artículo publicado en la revista La Hiedra nº00
El pasado 14 de diciembre, en plena campaña electoral, El Periódico de Catalunya publicaba el resultado de un estudio realizado por ACCESO, una compañía de inteligencia de medios y consumidores en España y Latinoamérica, que concluía que el periodista más influyente ante las elecciones generales del 20D era Jordi Évole, director y presentador de Salvados. En el cuarto lugar, detrás de Iñaki Gabilondo y Ana Pastor, se encontraba el Gran Wyoming. Como refleja el ranking, un 80,3% de las y los encuestados aseguraban acudir a la televisión para informarse sobre las cuestiones relacionadas con la campaña.

Que el medio televisivo ha jugado un papel fundamental en los procesos políticos que han desembocado en la reciente contienda electoral es algo que nadie cuestiona. Desde la emergencia de Podemos alrededor de un líder forjado como tertuliano televisivo, hasta la aparición de los candidatos en magazines de entretenimiento ajenos a la política, como El Hormiguero. Pero lo que llama la atención de este estudio es el hecho de que entre los cuatro periodistas más influyentes se encuentren dos humoristas.

En 1996, el Gran Wyoming se encargó de presentar la versión española del programa argentino Caiga Quien Caiga. En los pequeños reportajes que lo constituían, un enviado especial, vestido siempre con un traje negro y gafas de sol, abordaba en actos públicos a personajes famosos de toda índole, para generar situaciones cómicas mediante una entrevista que transgredía la seriedad del momento. El entrevistado era forzado a entrar en el juego o a hacer el ridículo con reacciones fuera de tono. Mucha gente del ámbito de la política sufrieron esos pseudo escraches y el éxito del programa les obligó a asumirlos como algo a lo que debían someterse sin demasiada resistencia.

Poco tiempo después, en 2002, hace su aparición de la mano de Buenafuente, El Follonero, el personaje encarnado por Jordi Évole que le haría famoso. El Follonero irrumpe desde el público para interrogar al invitado, cuestionándole y poniéndole en evidencia desde el punto de vista de la sabiduría popular y profana. Representa, en cierta manera, la voz del público, que se entromete en la pantomima plácida y controlada del espectáculo.

No hay duda de que El Intermedio y Salvados son herederos de esos dos proyectos previos, y comparten tanto la transgresión discursiva que pone en evidencia a quienes se esconden detrás de una imagen pública prefabricada, como el intento de construir una voz que representa a quienes desde la calle viven ajenos a las instancias que deciden sobre sus vidas. Posiblemente esta sea una de las funciones del humorista.

Pero Évole y Wyoming van más allá y asumen un rol periodístico que les encumbra en las audiencias. La causa de este fenómeno no se reduce a la calidad de sus programas o a su inclinación política, sino que hunde sus raíces en la idiosincrasia del periodismo español como institución y al papel que estos dos personajes han jugado en un contexto marcado por la llamada crisis de régimen.

No hace mucho pudimos ver en el Intermedio una comparación entre una entrevista realizada por RTVE a Mariano Rajoy y la del periodista británico Jeremy Paxman, del canal Sky New, al primer ministro David Cameron. Mientras este último era interrogado insistentemente sobre el aumento de bancos de alimento en el país durante su mandato, a Rajoy se le preguntaba por sus vacaciones y otras banalidades.

La concentración de la gran mayoría de medios de comunicación en las manos de unos pocos grupos empresariales, así como el uso partidista que algunos gobiernos hacen de los entes de comunicación públicos, ha convertido en una excepción la presencia relevante de periodistas incisivos y con actitud crítica, capaces de insistir en preguntas incómodas e indagar en los entresijos de los hechos. La precariedad rampante también ha contribuido a la docilidad de quienes practican una profesión sometida a las exigencias del mercado, ventas, audiencias y anunciantes.

En este escenario, dos humoristas como Évole y Wyoming han llenado un vacío. Y su éxito se debe, en gran medida, a una ciudadanía que ha empezado a cuestionar, también en la calle, los discursos dominantes de la llamada Cultura de la Transición.