30/5/17

El pan y el chorizo: la corrupción es el sistema

Artículo publicado en el nº 02 de la revista La Hiedra
Cuando en Mayo de 2011 las plazas se llenaron de personas indignadas con las consecuencias de la crisis y especialmente con la gestión que de ella habían realizado las élites políticas y económicas, florecieron eslóganes, versos y chascarrillos que desde el imaginario popular y colectivo expresaban de forma muy lúcida la situación que el país atravesaba. De entre todos ellos, “No hay pan para tanto chorizo” fue el que quedó grabado con más fuerza en la memoria de aquellos días. La frase constituye una metáfora certera de lo que conocemos como corrupción política, y de sus consecuencias. La falta de pan, nuestro sustento diario, es decir, el aumento dramático de las desigualdades sociales en base al empobrecimiento de la mayoría, se debe a la existencia de los chorizos, quienes desde el poder, por medios ilícitos, se apropian de los recursos comunes.

Esta expresión encontró rápidamente un eco en un concepto articulado y popularizado por Pablo Iglesias, quien en ese momento era conocido como tertuliano televisivo. Con el término “casta” señalaba una serie de personas instaladas en los aparatos del poder político, económico y financiero que llevaban tiempo ejerciendo ese poder de espaldas a la ciudadanía y en beneficio propio. Esa “casta” se identificaba a su vez, según el discurso de quienes formaron más tarde el núcleo de Podemos, con la degeneración del “régimen del 78”, un régimen salido de la Transición cuyas élites habían cumplido ya su labor democratizadora y modernizadora y se encontraban atrapadas en una espiral de corruptelas de todo tipo, incapaces de aportar soluciones a la crisis válidas para las nuevas generaciones.

En ese marco, lo que se llamó “ventana de oportunidad”, surgieron proyectos políticos con un nuevo discurso, que crecieron rápidamente, en gran parte por su capacidad de situarse al margen de la política tradicional al mismo tiempo que se convertían en denunciantes, incansables e insaciables, no solo de lo que dicha corrupción significaba, sino también de las personas corruptas con nombre y apellido.

La intervención de Ada Colau como portavoz de la PAH en el Congreso de los Diputados, en febrero de 2013, negándose entre lágrimas a retirar el insulto proferido contra el representante de la banca, allí presente, o el interrogatorio amenazante, sandalia en mano, del diputado de la CUP David Fernández al corrupto Rodrigo Rato, en noviembre de ese mismo año en el Parlament de Catalunya, escenificaron un cambio en la consciencia de una gran cantidad de gente, harta de un bipartidismo que hasta hoy nos ha gobernado en connivencia con el poder económico y financiero.

Corrupción y crisis política
El auge de Podemos y de multitud de candidaturas municipalistas a lo largo y ancho del Estado español se ha desarrollado en paralelo al estallido constante de escándalos de corrupción que han ido sepultando “en el basurero de la historia” figuras destacadas de la política y la economía, algunas de las cuales habían jugado un papel central en la gobernabilidad del país los años anteriores a la crisis, lo que convertía su gestión en algo más que una causa probable de la misma. Valgan de ejemplo el inefable Rodrigo Rato ya citado o el “molt honorable” Jordi Pujol y familia. El caso de este último resulta paradójico. Si bien desde cierto punto de vista se puede atribuir el estallido de su caso al intento de desestabilizar un partido, CiU, convertido al independentismo y por tanto en enemigo del Estado, su figura representa en realidad lo contrario a ese giro oportunista. Lo que en Catalunya se llama “pujolisme” ha apuntalado el bipartidismo en más de una ocasión, y forma parte sustancial de lo que para el Estado español llamamos Régimen del 78.

Esta contradicción da testimonio de la crisis política que se viene denunciando desde hace algunos años, una crisis contestada en la calle por el 15M, las Mareas y el resto de movimientos sociales, que sentó las bases para el lanzamiento del manifiesto Mover Ficha en enero de 2014 y el surgimiento de Podemos, y que explica de forma elocuente por qué a principios de septiembre aun no tenemos gobierno ni sabemos cuándo lo tendremos. La pregunta que debemos hacernos sin embargo, ante la situación actual, es por qué ante la imposibilidad de las viejas élites, quienes emergieron para “tomar el cielo por asalto” con su “máquina de guerra electoral” se han quedado a medio camino.

Muchas respuestas se han dado ya en incontables artículos y comentarios. Desde la falta de participación de las bases o el “caudillismo” de Pablo Iglesias, hasta el exceso de electoralismo, pasando por la poca dureza con el PSOE durante la campaña electoral o todo lo contrario, las críticas salidas de tono al partido de Sánchez durante el breve periodo parlamentario. Pocas veces se ha hecho hincapié en una cuestión tan fundamental como la corrupción.  

Más allá de la corrupción
El pasado martes 9 de agosto, Albert Rivera, líder de Ciudadanos, presentaba seis condiciones al PP para sentarse a negociar un pacto de cara a la investidura. Cinco de ellas estaban directamente relacionadas con la corrupción. Dos años antes, en junio de 2014, Josep Oliu, presidente del Banco Sabadell declaraba: “Necesitamos una especie de Podemos de derechas”. La centralidad de la corrupción en el discurso salido del 15M y adoptado por las llamadas “fuerzas de cambio”, ha cosechado un rápido éxito, pero también ha allanado el camino para una propuesta de regeneración desde la derecha liberal. Si la vieja “casta” corrupta es el problema, la solución es un recambio generacional impulsado por gente nueva y alejada del entorno del poder. Da igual que sean de izquierdas o de derechas. Cuestiones fundamentales como la privatización, las reformas laborales, la precariedad y el resto de medidas de austeridad impuestas tanto por el PP como por el PSOE bajo el mandato de la troika quedan en segundo plano.

Ciudadanos ha recogido muchos de los votos que abandonaban al PP. Quienes sentían vergüenza de un partido tan enfangado encontraron una salida digna. La regeneración se transforma así en restauración, y el pacto entre PP y C’s para la investidura en un lavado de cara insuficiente. Que nada cambie para que todo siga igual.

La corrupción es sin duda un problema importante que tiene sus consecuencias para la mayoría de la gente, contribuyendo al aumento de las desigualdades. Pero podríamos decir que, si bien dicha corrupción es una de las formas a través de las cuales la oligarquía intensifica el proceso de acumulación de capitales, son las políticas neoliberales las principales causantes de la desposesión de la gente de abajo. Sus fechorías enriquecen al 1%, la austeridad empobrece al 99%.

Se hace necesario entonces un discurso más profundo, que identifique la corrupción no como una de las dinámicas propias del capitalismo liberal, tal y como muestran los múltiples casos que se conocen fuera de las fronteras del Estado español, a través de los papeles de Panamá y otras filtraciones, y la actitud adoptada por la Unión Europea ante el escándalo, aprobando una Directiva de Protección de Secretos Comerciales para sancionar a quienes filtren información “sensible” . Al mismo tiempo, hay que señalar la falta de democracia de las instituciones tanto estatales como internacionales, gestionadas de espaldas a la gente, e impulsar un nuevo ciclo de respuestas desde la base a las principales causas de la crisis y sus peores consecuencias: los recortes, las privatizaciones, la precariedad laboral y las guerras imperialistas. Existen hoy dos ejes fundamentales: el que enfrenta a la gente de arriba con la gente de abajo, y el que enfrenta dictadura y democracia. Lo del pan y el chorizo quedará como una maravillosa muestra de la creatividad poética en un momento de lucha colectiva.