Hay un momento en El pianista, la película de Polanski, en el que resuenan ecos de la de Chaplin. Cuando Szpilman, abandonado en un piso franco de la resistencia en el cual debe pasar desapercibido sin hacer ningún ruido, muerto de hambre como Chaplin pues nadie le lleva comida, toca un piano invisible y mudo. Es un esfuerzo por rememorar no solo el mercado de alimentos en el cual emerge al escapar del gueto, si no también y sobre todo su propia identidad como músico, diluida poco a poco por el proceso de limpieza étnica puesta en marcha por el aparato represivo nazi. La utopía es siempre aquello que nos mueve hacia la felicidad a través de las circunstancias que nos ha tocado vivir.