6/6/13

En el puerto 02


El puerto de Barcelona es omnipresente, como el mar, en esta ciudad delimitada y encerrada por dos ríos y una pequeña sierra desde donde se observan las más espectaculares vistas de toda la metrópoli. El mar es frontera y a la vez promesa. El puerto, una invitación al infinito, adonde señala sin duda con su dedo extendido la célebre estatua de Cristóbal Colón.

Vamos al centro, decíamos en casa cuando nos trasladábamos a los barrios de la Barcelona vieja, Ciutat Vella, el Raval. Una frase que venía a sustituir la que se decía antaño, en la infancia de mis padres cuando los barrios al pie de la montaña eran pueblos de veraneo: vamos a Barcelona, se decía entonces. Es obvio que la expresión no se refiere al centro geográfico, sino a una centralidad de otro tipo. La ciudad histórica, que se expandió hacia el interior después de la guerra civil. Las instituciones políticas y administrativas. Y claro está, el comercio con el exterior a través del puerto. El centro del centro.

Barcelona era una ciudad portuaria. Por el puerto entraba lo bueno y lo malo y se extendía por sus callejuelas, impregnándolas de ese carácter democrático de la libertad canalla. Hoy Barcelona ha caído bajo la dictadura totalitaria del turismo.

También ha sido arrasada, después del los famosos jocs olímpics, por las hordas bárbaras de nuevos ricos bohemios, que han colonizado esos barrios viejos y han sustituido la nostalgia cutre por el brillo chic. Hemos abierto la ciudad al mar, decían los progres que han gestionado esta explosión inmobiliaria, mientras construían un muro en el Forum que ocultaba a los ojos del visitante los barrios más desfavorecidos de la periferia. Yo soy un refugiado de esa invasión, huyendo primero de un piso barato en una calle paralela al passeig del Born, cuando ya dejó de ser barato, y escapando después en la semi-clandestinidad del autobús nocturno hacia otro centro más grande y salvaje.

He visitado Barcelona, como tantas veces al encuentro de mi familia, mis amigos. He paseado con mi hijo y los hijos de los otros por los parques y terrazas de Montjuïc, y he visto bajo mis pies los espacios, en perspectiva, de esos retornos imposibles.