26/10/19

¿Quién puede convencer a un niño?

Una conversación con un niño, (o no tan niño) de catorce años. Hablamos sobre la crisis climática y la niña Greta, a quien no soporta. Su mensaje apocalíptico, dice, no me anima a creer en el futuro.

Le digo que Greta, como aquellas de su generación que levantan la voz para hacerse oír, no dicen que el mundo se va a acabar en treinta años, sino que tenemos treinta años para salvar el mundo. No le convence.

Al día siguiente hablo con su madre. Me cuenta que a su hijo de catorce años no le gustó nuestra conversación. Mentira. No le gusté yo, mi forma de hablar, ni mi discurso ni el tono enfático, cortante, a ratos imperativo.

Le dijo a su madre que soy un radical pesimista. Eso no le gusta. Me dice ella que hay que vigilar cómo se habla con niños de catorce años, porque no están preparados para afrontar según qué formas y contenidos. Se lo cuestiono y me lo cuestiono.

Yo tengo un hijo de diez, y como él, también se ha criado sobre protegido por padre y madre. Nuestra generación, nacida en los 70, creció en el cuento de hadas de la democracia y nos hemos enfrentado a su putrefacción siendo adultos. Nuestros hijos e hijas no tendrán esa prerrogativa. Tal vez debemos plantearnos cómo vamos a no esconderles la realidad que se encontrarán dentro de muy poco, cómo vamos a no esconderles que este es el mundo que les hemos dejado, cómo vamos a no esconderles que la lucha que deben emprender es la que no hemos librado.

Me gustaría decirle al hijo de mi amiga tres cosas.

La primera que, efectivamente, soy un radical pesimista, y que la sensibilidad lúcida que demuestra al darse cuenta será muy útil al futuro. No concibo que una persona radical pueda ser optimista, o que del pesimismo se derive actitud moderada (o más bien superficial, el verdadero antónimo de radical).

La segunda: imaginemos a un pesimista y a un optimista en un bote río abajo. A cierta distancia, acercándose, unos rápidos agitan las aguas. El optimista dice: solo son unos rápidos. El bote zozobrará pero cuando pasemos, volverá la calma. El pesimista contesta: de ninguna manera, después de los rápidos, un salto de agua por el que nos despeñaremos. ¿Cuál de los dos remará más y más fuerte para llevar el bote a la orilla y evitar los rápidos?

La tercera: las ideas radicales son aquellas que se interrogan sobre la raíz de los problemas. Quienes así lo hacen, con error o acierto, constituyen una poderosa fuerza de transformación social. Muchas ideas radicales, impulso de luchas y conflictos sociales, se convirtieron en norma posteriormente. La abolición de la esclavitud, el sufragio universal, la jornada de ocho horas, la educación gratuita, entre muchas otras.

La crisis climática es un nuevo reto. La Gran Prueba, dice el filósofo Jorge Riechman. Somos una generación que sabe qué hay que hacer para frenar la crisis climática, pero la última generación con tiempo por delante para frenarla. Tenemos treinta años para salvar el mundo. Después, quien sabe.

No sé si podré convencer al hijo de mi amiga con estas palabras. Le quedan pocos años para salir al mundo y que el mundo le hable como le hablé yo la otra noche. Tal vez el mundo le convenza, la realidad, tan obstinada. La Gran Prueba nos espera a ambos.