23/1/23

Más allá del fin de la naturaleza. Sobre Mad Max y El planeta inhóspito de David Wallace-Wells


He vuelto a ver Mad Max Fury Road. La película es un prodigio de la narración cinematográfica, con un ritmo trepidante al servicio del drama y los personajes, una realización depurada y certera, un rigor estético que nos adentra en cuestiones fundamentales de nuestro pasado, presente y futuro. A través de una épica que invierte el tópico del héroe solitario, plantea una reflexión sobre la familia, la cooperación solidaria y los cuidados como último bastión de la civilización humana, frente a la decadencia moral del poder surgido de la acumulación de los recursos en unas pocas manos.

El mundo de Mad Max es pasado, presente y futuro. Es un espejo donde ver reflejado lo peor de la sociedad en la que vivimos. Lo peor del capitalismo. Por eso he pensado en esa pequeña familia atravesando el desierto con su camión de guerra al leer el libro de David Wallace-Wells sobre el calentamiento global, traducido aquí como El planeta inhóspito. Un grupo de mujeres diversas, jóvenes embarazadas, una guerrera con un brazo mecánico, un grupo de mujeres mayores que conservan la memoria de un paraíso perdido, que adoptan a dos hombres sin expectativas y se rebelan contra el poder para construir un nuevo mudo desde la cenizas.

El discurso de Wallace-Wells adolece de un optimismo que no se refleja en gran parte del libro. Su lectura puede resultar importante para entender hasta qué punto el calentamiento global amenaza la vida en la tierra, pero olvida la magnitud de los retos a los que nos enfrentamos. Decir que el 10% más rico del planeta genera el 50% de las emisiones de gases de efecto invernadero deviene pura retórica si no se cuenta cómo y porqué existen estas desigualdades, reflejo de una desigualdad social y económica inherente al sistema responsable del calentamiento.

Es precisamente el capitalismo lo que se ha situado más allá de la naturaleza, convertido en ese dios todopoderoso al que hay que sacrificarse a cambio de los pocos recursos que necesitamos para subsistir: hoy un pequeño piso, muebles Ikea o un billete de avión barato, en el futuro un mísero trago de agua como el que ofrece Inmortal Joe a sus depauperados súbditos.

Pero Joe no es inmortal en absoluto. Con el cuerpo lleno de llagas purulentas sobrevive gracias a un respirador artificial y mantiene su dominio con la promesa de un paraíso mítico, que solo se alcanza a través de un sacrificio definitivo. Con ese sacrificio sus hijos preservan el orden existente, preservan el poder del mismo Joe, cuyo fin nadie puede siquiera imaginar.

Esa falta de imaginación es la que padece también el autor de El planeta inhóspito. Por ese motivo defiende la energía nuclear y los impuestos a los carburantes fósiles, porque no concibe un mundo en el que se pueda desafiar al poder del capitalismo global, limitar su actividad en favor del bienestar humano, reducir drásticamente la producción y el consumo para crear un sistema de redistribución de recursos en favor de la mayoría. Entiende que las consecuencias del calentamiento global dependen de la acción humana y denuncia la inacción política, pero no va más allá de eso.

Lo que nos dice Mad Max Fury Road en cambio, es que más allá del fin de la naturaleza lo peor del capitalismo puede sobrevivir y seguir determinando nuestras vidas (y nuestro sufrimiento). Por eso debemos ser capaces de imaginar también más allá del fin del capitalismo, porque no dependemos de que el 10% más rico reduzca su nivel de emisiones, dependemos de que dejen de ser el 10% más rico. Para ello hace falta una acción resuelta y valiente a partir de la memoria de aquello que nos arrebatan día a día los Inmortal Joe del presente, la memoria de aquello que sacrificamos por un mísero trago de agua.