12/6/23

Repensar la adolescencia a partir de Las Novias de Cristina Morano


Leí una vez que la literatura es el único arte capaz de demostrar la existencia de los demás. No es que la existencia del ser humano pueda estar en entredicho, como la forma de la tierra para algunos. Se trata de asumir el “otro”, la “otra”, como un ser consciente cuya existencia condiciona el mundo en el que vivimos, nuestra realidad. En una sociedad construida a partir de la interacción de los seres humanos hoy en día reconocidos esencialmente como “individuos”, la consciencia de los demás tiene una relevancia política fundamental. Si no somos capaces de comprender y asumir la “alteridad”, difícilmente podremos pensar una sociedad más allá de nuestros intereses particulares.

Hay dos cosas imposibles de imaginar. La consciencia de la muerte, de estar muerto, y la consciencia de ser otro. No cómo es el otro, sino cómo es ser consciente de ser otro. Podemos decir “si yo estuviera en tu lugar” o “si yo fuera tú”, pero es imposible desprendernos de ese yo porque no podemos ni siquiera imaginar “ser tu”, ser otro sin dejar de ser nosotros mismos.

De eso trata en realidad la literatura, porque no necesitamos que nadie nos diga la existencia de los demás, pero sí que nos demuestren la consciencia de ser otro, una consciencia realmente existente e irremediablemente ligada a la nuestra porque nos iguala, nos hace semejantes. La literatura es lo más cerca que podemos estar de meternos en la piel de otra persona, de ese “ser otro” imposible, lo cual nos acerca a lo humano compartido por todos y cada uno de nosotros, de nosotras.

“No obedezcáis a los pringados que agachan la cabeza delante de los ricos, ni a los que construyen un mundo sin enfermeras, ni a los que permiten que haya niños en pisos helados.” Son palabras de Trinidad, la protagonista de Las novias, la primera novela de la poetisa Cristina Morano. La historia de Trinidad y sus compañeras de instituto nos habla de la transformación de los cuerpos, de la relación conflictiva de la adolescencia con lo adulto y el mundo adulto, de los peligros derivados de ese conflicto, de la lucha desesperada por mantener y defender una identidad propia que muta, que se cuestiona a sí misma, que no es libre ni reconocida ni aceptada, a veces ni tolerada por ese mundo adulto de renuncias y claudicaciones y traiciones, un mundo que nos engulle como un dios “lovercraftiano”, como el Kraken liberado. Es un dios implacable, no tiene más que esperar con la boca abierta porque como se dice, la adolescencia es una enfermedad que se pasa con los años.

Tengo un hijo preadolescente y la novela de Cristina Morano me ha tocado hondo. He podido entrever que hay algo más allá de la lista de tópicos habituales. A menudo he escuchado experiencias de otros padres y madres, algunas desgarradoras, he leído los consejos de expertos capaces de normalizar conductas como si fueran intrascendentes por pasajeras, fácilmente neutralizables con unos pocos recursos preestablecidos, consejos, fórmulas, patrones a seguir. Vemos la adolescencia desde un lugar remoto condicionado por el miedo a una responsabilidad que nos viene grande, como un reto que hay que afrontar. Pasa y ya está.

La adolescencia, parece decirnos la historia de Trinidad, es un proceso de transformación hacia lo inesperado, o que subvierte aquello que padres y madres esperamos. Los peligros que conlleva no se pueden eludir, solo terminan una vez se ha cruzado al otro lado, como un campo de minas. El adolescente es un gusano convirtiéndose en mariposa, pero en lugar de protegerse dentro de una crisálida sale al mundo revolviéndose para alejarse de padres y madres, quienes olvidamos lo que somos y lo que fuimos para convertirnos en una especie de cuerpo de seguridad, a veces bomberos, a veces paramédicos, a veces policías. Todo ello mientras contamos los días que faltan para que pase.

Cristina Morano ahonda en este complejo entramado de relaciones humanas. Con su novela consigue dos cosas. La primera, construir la voz interior de una chica de 14 años cuyo relato nos acerca a una forma de ser y de estar en el mundo que pone en evidencia la banalidad de cierta actitud frente a la adolescencia. Es una actitud determinada por una sociedad que les ningunea como seres humanos inteligentes, autónomos, con su razón y su dignidad. No son ni gusanos ni mariposas, son ellos mismos. La segunda, hacerlo sin sentimentalismo ni paternalismo, mirando a la cara actos y consecuencias, dándoles la voz que a menudo se les niega.

Las novias es pues una novela política, de un realismo descarnado como solo puede ser el realismo hoy, infiltrado por la fantasía. La autora introduce un elemento extraño para dar sentido al relato de forma reveladora. Una alegoría y a la vez un giro final de una gran intensidad emocional y dramática . La protagonista se ve arrastrada a un punto límite del que saldrá finalmente transformada, pero manteniéndose firme en sus convicciones. No se traiciona a sí misma, no claudica ante el mundo adulto, no se deja devorar por el monstruo.

Para un padre con un hijo a un año de llegar a la edad de las protagonistas, Las novias es también una novela de terror. Me ha hecho sufrir, me ha emocionado, y al final me ha hecho comprender al menos que no comprendo como creía, y que los tópicos no sirven para acompañar con respeto y reconocimiento la adolescencia de nadie. De ese reconocimiento saldrá tal vez una nueva mirada sobre el mundo que me rodea, a mi y a mi hijo preadolescente. No sé qué más se le puede pedir a una novela.