6/6/23

Vasil: cine a pesar del algoritmo


A veces utilizamos el calificativo “pequeña” para etiquetar películas que carecen de un gran presupuesto tanto para la producción como para la posterior distribución y campaña de difusión. Este término parece una suerte de excusa, la disculpa de un intruso que irrumpe sin derecho en un espacio vedado, en este caso el mercado cinematográfico, reservado a las grandes multinacionales del espectáculo y a sus productos de consumo de masas. Grandes son también algunos cineastas cuyo nombre se asocia a la calidad contrastada por el éxito de público y crítica. A su sombra, en los márgenes de todo, pequeñas películas y pequeños cineastas pidiendo perdón por acercarse a la mesa a mendigar migajas, si me disculpáis la metáfora.

Puede que esto ocurra con Vasil, la ópera prima de la cineasta valenciana Avelina Prat, pero de ser así, y es cierto que antes de verla puede venir a la mente el dichoso calificativo, serviría, una vez vista, como ariete para derribar el muro de prejuicios alzado como protección y justificación del escaso talento y el vacío que esconden a menudo muchas de las obras que a veces ni siquiera son grandes sino las primeras en la lista según el algoritmo de turno.

Podría ser también que una película como Vasil gane un premio importante en un gran festival internacional y así llegue mucho más allá de sí misma, como le ocurrió a Alcarràs, de la catalana Carla Simón, pero mientras no se produzca tal reconocimiento (no parece que el premio a la mejor interpretación en la Seminci de Valladolid genere el impacto necesario), seguirá ocupando junto a tantas otras “pequeñas” películas el espacio marginal que el mercado cede a regañadientes al cine advenedizo.

Pero ni el arte es cuestión de tamaño ni Vasil es una de tantas. Curiosamente, la misma semana que asistí a su preestreno en Madrid, encontré tiempo para ver en casa la nueva versión de Sin novedad en el frente, del alemán Edward Berger. Más allá del interés que suscite para el público contemporáneo la reinterpretación de las obras más relevantes del humanismo occidental, este drama bélico de corte épico no presenta más que una sucesión de tópicos ya muy manidos sin aportar nada nuevo, ni en lo cinematográfico ni en el terreno de la reflexión ética (o política), en un momento en el que la guerra vuelve a estar muy presente de forma diaria en nuestras vidas. Una película “grande” en presupuesto, en diseño de producción, en espectacularidad y en difusión pero con un discurso que podríamos llamar “pequeño”.

No ocurre lo mismo con Vasil, donde lo “pequeño” se va revelando a medida que avanza como un artefacto de múltiples capas, complejo y profundo, articulado a través de un estilo depurado, preciso, de una personalidad incontestable. Avelina Prat ha contado un episodio muy concreto de su vida familiar a partir del cual construye personajes de carne y hueso que se mueven en un entrono hostil, fuera de su zona de confort, donde no son ni comprendidos ni aceptados, obligados así a enfrentarse a su propia condición y a cuestionar su relación con la gente que les rodea.

Esta incomodidad, provocada por un migrante búlgaro que aterriza de repente en la vida de un arquitecto jubilado y su hija traductora es abordada con humor, un humor que ha llevado a algunos a confundir la película con una comedia, pero que responde en realidad al sentido del humor con el que las clases populares suelen atravesar algunas de sus desventuras. Es ahí donde se sitúa la película, en el choque entre la humanidad y la institución (la burocracia, los prejuicios de clase). La mayoría de personajes, a través de su bondad intrínseca, consiguen establecer unos mínimos vínculos de solidaridad que sin embargo, no serán suficientes para trascender la situación en ese momento concreto.

Pero Vasil tampoco es un drama, ni cine social al estilo Loach, aunque contiene elementos de ambos géneros así como de la comedia. Es por encima de todo la obra de una cineasta con un imaginario propio y mucho que contar, cine en mayúsculas (tan pequeño como grande) sobre el ser humano y la sociedad en la que habita, algo más necesario que nunca en un mundo en crisis como el nuestro.

Yo espero que Vasil consiga el reconocimiento que se merece, pero os animo a ir a verla también como un “pequeño” acto de rebelión contra los algoritmos (la burocracia, los prejuicios de clase...) que dominan nuestras vidas.