16/2/15

43 lágrimas

Una lágrima se desliza mejilla abajo. Se desprende del rostro y cae al suelo, sobre la tierra, se funde con ella. Las lágrimas de la gente han regado este mundo desde el principio de los tiempos. La tierra a veces es leve, fértil, y las lágrimas hacen brotar árboles frutales. A veces es dura, pesada, oscura. Las lágrimas se evaporan por el calor que desprende una tierra marchita.

El dolor estéril. Tal vez la mayor atrocidad cometida contra quienes no han sido víctimas. No lo han sido porque las víctimas han desaparecido sin dejar rastro. Quienes fueron padres, madres, amigos o amigas, amantes, como fueron hijos e hijas los 43 nominalistas en Ayotzinapa. Fueron o son, porque ahora simplemente no están, y se les reclama con vida para que vuelvan a estar, a estar presentes ante un dolor ahogado en rabia e impotencia, incapaz de regar la tierra. En este país sabemos mucho de la vida sepultada por la violencia del poder, que no entiende más que de sí mismo, del dinero y la ambición, del poder mismo y lo que haga falta para conservarlo, para imponerlo, para acumularlo. Vemos en las fotografías la ausencia de esas 43 lágrimas evaporadas antes de tocar el suelo, y no podemos evitar esa sensación de ahogo, que es dolor, pero también convicción, que es impotencia, pero también solidaridad, que es rabia, pero esa rabia que nos empuja, por el camino que nos llevará al campo de árboles frutales.

Artículo publicado en la revista La Hiedra nº11