Conducen el programa Michael Robinson y Raúl Ruiz, este último un veterano jugador de clubes modestos como Numancia o Logroñés. Aparecen a mitad del entrenamiento de un equipo en crisis e intentan, durante una semana, poner remedio a todos su problemas para afrontar el siguiente partido con garantías de éxito. Para conseguir sus propósitos recurren a personalidades del fútbol profesional. Ninguno de ellos, sin embargo, se acerca a esos cracks mediáticos que parecen más una estrella de rock que un deportista.
Podríamos decir que el principal defecto de Caos FC es a su vez una de sus virtudes. El exceso de artificio, la sensación de estar viendo una representación planificada y pactada de antemano, su falta de naturalidad, permiten abordar cada uno de los episodios como si fueran ficción. Desde esa perspectiva ponemos en valor los momentos de verdad, en los que se manifiestan emociones y sentimientos reales que transmiten pasiones reales. También una lucha real.
Los equipos en crisis son, principalmente, equipos pobres repartidos por toda la geografía del estado. Componen un mapa sociológico que revela las duras circunstancias que atraviesan la gente de abajo en los momentos actuales. La pasión por el fútbol es un aliciente que les motiva y les empuja, una metáfora del esfuerzo y la lucha diarias por salir adelante. En su mundo de barro, vestuarios destartalados y derrotas consecutivas, profesionales como Mijatovic, Sergio García, Gaizka Mendieta, Palop, Cañizares, Caparrós o la capitana del atlético de Madrid Amanda Sampedro, son recibidos como al héroe salvador encarnado por el milagro de la televisión. Sin embargo, tiene lugar un proceso de identificación inverso, y los héroes terminan imbuidos por los valores del fútbol precario.
No podemos decir que Caos FC sea un formato revolucionario, ni transgresor. Plantea, de hecho, una propuesta reformista de superación de la crisis mediante la integración y la implicación colectivas. Es un canto a quienes han tenido que apretarse el cinturón más que un alegato a favor de la resistencia y la contestación. Pero en el contexto del llamado fútbol moderno, camina en otra dirección, y eso ya es algo. Reivindica un fútbol puro, que se practica únicamente por pasión, por diversión, o por cariño. La consecuencia no es ganar, casi ninguno de los equipos lo consigue, sino reencontrarse con uno mismo y con los demás.