Artículo publicado en el nº 02 de la revista La Hiedra
Cuando en Mayo de 2011 las plazas se llenaron de personas
indignadas con las consecuencias de la crisis y especialmente con la gestión
que de ella habían realizado las élites políticas y económicas, florecieron
eslóganes, versos y chascarrillos que desde el imaginario popular y colectivo
expresaban de forma muy lúcida la situación que el país atravesaba. De entre
todos ellos, “No hay pan para tanto chorizo” fue el que quedó grabado con más
fuerza en la memoria de aquellos días. La frase constituye una metáfora certera
de lo que conocemos como corrupción política, y de sus consecuencias. La falta
de pan, nuestro sustento diario, es decir, el aumento dramático de las
desigualdades sociales en base al empobrecimiento de la mayoría, se debe a la
existencia de los chorizos, quienes desde el poder, por medios ilícitos, se
apropian de los recursos comunes.
Esta expresión encontró rápidamente un eco en un concepto
articulado y popularizado por Pablo Iglesias, quien en ese momento era conocido
como tertuliano televisivo. Con el término “casta” señalaba una serie de
personas instaladas en los aparatos del poder político, económico y financiero
que llevaban tiempo ejerciendo ese poder de espaldas a la ciudadanía y en
beneficio propio. Esa “casta” se identificaba a su vez, según el discurso de
quienes formaron más tarde el núcleo de Podemos, con la degeneración del “régimen
del 78”, un régimen salido de la Transición cuyas élites habían cumplido ya su
labor democratizadora y modernizadora y se encontraban atrapadas en una espiral
de corruptelas de todo tipo, incapaces de aportar soluciones a la crisis
válidas para las nuevas generaciones.
En ese marco, lo que se llamó “ventana de oportunidad”, surgieron
proyectos políticos con un nuevo discurso, que crecieron rápidamente, en gran
parte por su capacidad de situarse al margen de la política tradicional al
mismo tiempo que se convertían en denunciantes, incansables e insaciables, no
solo de lo que dicha corrupción significaba, sino también de las personas
corruptas con nombre y apellido.
La intervención de Ada Colau como portavoz de la PAH en el
Congreso de los Diputados, en febrero de 2013, negándose entre lágrimas a
retirar el insulto proferido contra el representante de la banca, allí presente,
o el interrogatorio amenazante, sandalia en mano, del diputado de la CUP David
Fernández al corrupto Rodrigo Rato, en noviembre de ese mismo año en el
Parlament de Catalunya, escenificaron un cambio en la consciencia de una gran
cantidad de gente, harta de un bipartidismo que hasta hoy nos ha gobernado en
connivencia con el poder económico y financiero.
Corrupción y crisis política
El auge de Podemos y de multitud de candidaturas
municipalistas a lo largo y ancho del Estado español se ha desarrollado en
paralelo al estallido constante de escándalos de corrupción que han ido
sepultando “en el basurero de la historia” figuras destacadas de la política y
la economía, algunas de las cuales habían jugado un papel central en la
gobernabilidad del país los años anteriores a la crisis, lo que convertía su
gestión en algo más que una causa probable de la misma. Valgan de ejemplo el
inefable Rodrigo Rato ya citado o el “molt honorable” Jordi Pujol y familia. El
caso de este último resulta paradójico. Si bien desde cierto punto de vista se
puede atribuir el estallido de su caso al intento de desestabilizar un partido,
CiU, convertido al independentismo y por tanto en enemigo del Estado, su figura
representa en realidad lo contrario a ese giro oportunista. Lo que en Catalunya
se llama “pujolisme” ha apuntalado el bipartidismo en más de una ocasión, y
forma parte sustancial de lo que para el Estado español llamamos Régimen del
78.
Esta contradicción da testimonio de la crisis política que
se viene denunciando desde hace algunos años, una crisis contestada en la calle
por el 15M, las Mareas y el resto de movimientos sociales, que sentó las bases
para el lanzamiento del manifiesto Mover Ficha en enero de 2014 y el
surgimiento de Podemos, y que explica de forma elocuente por qué a principios
de septiembre aun no tenemos gobierno ni sabemos cuándo lo tendremos. La
pregunta que debemos hacernos sin embargo, ante la situación actual, es por qué
ante la imposibilidad de las viejas élites, quienes emergieron para “tomar el
cielo por asalto” con su “máquina de guerra electoral” se han quedado a medio
camino.
Muchas respuestas se han dado ya en incontables artículos y
comentarios. Desde la falta de participación de las bases o el “caudillismo” de
Pablo Iglesias, hasta el exceso de electoralismo, pasando por la poca dureza
con el PSOE durante la campaña electoral o todo lo contrario, las críticas
salidas de tono al partido de Sánchez durante el breve periodo parlamentario.
Pocas veces se ha hecho hincapié en una cuestión tan fundamental como la
corrupción.
Más allá de la corrupción
El pasado martes 9 de agosto, Albert Rivera, líder de
Ciudadanos, presentaba seis condiciones al PP para sentarse a negociar un pacto
de cara a la investidura. Cinco de ellas estaban directamente relacionadas con
la corrupción. Dos años antes, en junio de 2014, Josep Oliu, presidente del
Banco Sabadell declaraba: “Necesitamos una especie de Podemos de derechas”. La
centralidad de la corrupción en el discurso salido del 15M y adoptado por las
llamadas “fuerzas de cambio”, ha cosechado un rápido éxito, pero también ha
allanado el camino para una propuesta de regeneración desde la derecha liberal.
Si la vieja “casta” corrupta es el problema, la solución es un recambio
generacional impulsado por gente nueva y alejada del entorno del poder. Da
igual que sean de izquierdas o de derechas. Cuestiones fundamentales como la
privatización, las reformas laborales, la precariedad y el resto de medidas de
austeridad impuestas tanto por el PP como por el PSOE bajo el mandato de la troika
quedan en segundo plano.
Ciudadanos ha recogido muchos de los votos que abandonaban
al PP. Quienes sentían vergüenza de un partido tan enfangado encontraron una
salida digna. La regeneración se transforma así en restauración, y el pacto
entre PP y C’s para la investidura en un lavado de cara insuficiente. Que nada
cambie para que todo siga igual.
La corrupción es sin duda un problema importante que tiene
sus consecuencias para la mayoría de la gente, contribuyendo al aumento de las
desigualdades. Pero podríamos decir que, si bien dicha corrupción es una de las
formas a través de las cuales la oligarquía intensifica el proceso de
acumulación de capitales, son las políticas neoliberales las principales
causantes de la desposesión de la gente de abajo. Sus fechorías enriquecen al
1%, la austeridad empobrece al 99%.
Se hace necesario entonces un discurso más profundo, que
identifique la corrupción no como una de las dinámicas propias del capitalismo
liberal, tal y como muestran los múltiples casos que se conocen fuera de las
fronteras del Estado español, a través de los papeles de Panamá y otras
filtraciones, y la actitud adoptada por la Unión Europea ante el escándalo,
aprobando una Directiva de Protección de Secretos Comerciales para sancionar a
quienes filtren información “sensible” . Al mismo tiempo, hay que señalar la
falta de democracia de las instituciones tanto estatales como internacionales,
gestionadas de espaldas a la gente, e impulsar un nuevo ciclo de respuestas
desde la base a las principales causas de la crisis y sus peores consecuencias:
los recortes, las privatizaciones, la precariedad laboral y las guerras
imperialistas. Existen hoy dos ejes fundamentales: el que enfrenta a la gente
de arriba con la gente de abajo, y el que enfrenta dictadura y democracia. Lo
del pan y el chorizo quedará como una maravillosa muestra de la creatividad
poética en un momento de lucha colectiva.