Un pequeño detalle. La película empieza con imágenes de niños y niñas sufriendo las consecuencias de guerras, hambrunas y malos tratos. De esta manera, aparte de establecer una semilla de causalidad para la violencia infantil desarrollada en la isla (una especie de venganza o medida preventiva de protección), también manda un mensaje de alerta: la violencia genera violencia.
Ha llovido mucho desde entonces. No solo se han disuelto todos los tabúes, especialmente en el cine de género fantástico y de terror, relativos a la posibilidad de la violencia, o mejor dicho, al exhibicionismo de la crueldad. Es difícil también encontrar hoy en día películas de dicho género que apelen a la moral a la hora de articular sus propuestas narrativas. El cine de terror actual retrata un mundo desesperanzado, donde la inocencia ha muerto o fracasa estrepitosamente una y otra vez. Da igual el sufrimiento o el esfuerzo de los personajes principales, da igual su lucha, el monstruo revive al final para terminar de un plumazo lo que empezó. No es trasgresión, como en la película de Chicho Ibáñez Serrador, es una inversión de los términos de la ficción entendida como refugio, como metáfora de la vida o como lección moral.
Como paradigma, la famosa serie The Walking Dead empieza con la muerte de una niña. El protagonista, Rick Grimes, buscando gasolina entre una fila de coches abandonados, descubre unos pequeños pies sucios y una manita que recoge un osito de peluche del suelo, signo inequívoco de humanidad. Al darse la vuelta, la niña muestra un rostro desfigurado por los mordiscos de un muerto viviente. Rick da un paso atrás, horrorizado, pero se repone y desenfunda su pistola. La niña-zombi sale empujada hacia atrás con un agujero en la frente, y cae al suelo en un plano cenital a cámara lenta, que enfatiza el acto y lo subraya como principio argumental. A partir de ahí, la serie se convertirá en una escalada de violencia y de muerte como único recurso para la supervivencia. En la segunda temporada, Rick no vacilará al disparar contra otra niña, Sophie, también convertida en zombi. Su madre Carol, ya en la cuarta temporada, se verá empujada a matar a otra niña todavía humana, pero que ha enloquecido y supone un evidente peligro para el grupo de supervivientes.
The Walking Dead, y el subgénero de los muertos vivientes en general, es una anti-utopía conservadora basada en la máxima de que el hombre es un lobo para el hombre. Cuando caen todas las instituciones de poder, la existencia se convierte en una lucha por la supervivencia, la cual justifica todo acto de violencia ya no contra los muertos vivientes, que en la temporada actual han dejado de ser una amenaza real para convertirse en un mero escenario, sino contra el resto de seres humanos vivos, pequeños grupos cerrados que pelean entre sí o son sometidos por el más fuerte.
El conflicto, a la espera del estreno de la octava temporada a finales de 2017, gira entorno al malvado caudillo Negan, cruel y despótico, y a los esfuerzos de Rick Grimes, quien encarna al líder fuerte, carismático y seguro de sí mismo, para hacerle frente. La historia se convierte así en una especie de juego de tronos, en un mundo en el que la inocencia no tiene lugar y la violencia es el único camino.
Más allá de la estrechez de miras de esta propuesta, el imaginario zombi en general no parece ofrecer demasiada variedad. Véase sino la saga iniciada por George A. Romero con La noche de los muertos vivientes o la otra serie zombi, Fear of the walking dead. Mientras esperamos a que alguien nos cuente la historia de como los seres humanos se organizan par protegerse y cuidarse ante un Apocalipsis zombi (dado que el gobierno de Rajoy no tiene ningún plan establecido para tal eventualidad), podemos seguir disfrutando de la propuesta transgresora de Chicho Ibáñez Serrador, así como de su mensaje humanista, o simplemente desear que ganen los muertos, que solo quieren comer y que les dejen tranquilos, al fin y al cabo.