A mí me pasa algo parecido con los personajes. A menudo se los utiliza para exponer las particularidades de un grupo social determinado. Si mi personaje es un albañil rumano, la gente lo leerá como un modelo que representa la vida y las vicisitudes de los albañiles rumanos como grupo, dando por hecho que he realizado una investigación profunda entre este colectivo antes de construir el personaje. Pero lo que me interesa de mi personaje es su humanidad y como esta viene condicionada por una realidad material concreta, el mundo que le rodea.
No me refiero al grupo social al que pertenecen. No me interesa escribir sobre la inmigración rumana, o sobre la albañilería. Ni siquiera sobre la inmigración o la clase obrera en su conjunto. Novela social no es contarle a la clase media y a la élite culta la vida de la gente de abajo, sino ahondar en cómo la sociedad condiciona la vida de cualquier ser humano, haciendo hincapié en las condiciones materiales que compartimos. Convertir a la gente de abajo en personajes de novela, significa también darles voz como seres humanos. El compromiso del padre de Ursula con su amigo Ishi representa a mi modo de ver el verdadero triunfo de la antropología (y de la literatura).