30/11/22

La utopía del sentido, reseña de El secreto fondo de las cosas


Vivimos en un mundo distópico. Somos capaces de imaginar el fin del mundo pero no el fin del capitalismo. Tal vez porque el capitalismo y el apocalipsis que viene son la misma cosa, no se pueden separar el uno de la otra, o porque es precisamente con su derrumbe como este sistema depredador nos arrastrará, como lo ha hecho hasta ahora. En la ficción, el alienígena, metáfora del enemigo exterior fuera comunista o terrorista posteriormente, ha sido substituido por el zombie, el muerto viviente símbolo del enemigo interior, el mal que se encuentra aquí y ahora, agazapado. Una enfermedad, un atentado, una revolución de los desheredados, personas migrantes que se cuelan por las rendijas de los altos muros que no dejamos de construir inútilmente.

¿Y la vieja utopía? preguntamos. ¿Como afrontar el mundo que viene cuando los proyectos políticos emancipatorios de siempre se han integrado, están a la defensiva o reducidos a la marginalidad? Tantos relatos, tantas imágenes verdaderas como falsas colonizando tiempo y miradas. Advierte el novelista Jonathan Franzen ante la ingente cantidad de información a la que tenemos acceso a través de las redes sociales, que el arduo proceso de documentación llevado a cabo para escribir una novela ha perdido gran parte de su sentido. El viejo realismo ha quedado en entredicho. ¿O no?

La propuesta de Antonio Orihuela abre una puerta audaz y sorprendente. Su novela transcurre en una isla inventada, metáfora de un mundo encerrado en sí mismo cuyo único lugar a salvo de las garras del poder es nuestra dignidad y nuestra convicción. Con una fuerza lírica muy apegada a lo material y corpóreo, a las cosas, los animales y las personas, narra una huida que es a su vez un descubrimiento. La utopía no es en el futuro, sino aquí y ahora. Consiste precisamente en recuperar el sentido perdido, reconquistarlo, emprender un viaje hacia el secreto fondo de las cosas, fin inalcanzable como la utopía que nos empuja a caminar, pero también a abandonar aquellos objetivos que nos impone el capitalismo y nos apartan del camino: el éxito, el dinero fácil, el poder.

No podemos huir del mundo ni podemos mantenernos al margen indefinidamente, pero podemos reconocer (y reconocernos) la fuerza transformadora de los viejos valores: el respeto, la amistad, el apoyo mutuo, el encuentro con el otro y con la naturaleza. En cada uno de ellos hay una renuncia necesaria para reconvertir el futuro que ya nos ha superado en un presente tolerable y humano.