2/5/23

Nombrar el olvido: reseña de El espíritu de Embajadores


Cómo nombramos lo que se olvida, los hechos perdidos, arrollados por la Historia, heridas abiertas bajo cicatrices invisibles, el grito que sacude las cuatro paredes de un sótano mugriento, no va más allá, más allá de la sombra del torturador, la soberbia del juez que condena, la acritud del legislador. Cómo llamamos al río cuando se desborda arrastrándonos hasta fundirnos con el lecho de fango y guijarros afilados por la corriente. Cómo cortamos el hilo que cose (atado y bien atado) la victoria con la derrota para que se mantengan siempre en el mismo lugar.

Nombrar es un primer paso para contar, para tejer narrativas en el telar de la memoria. También es el primer acierto de la novela de Nacho Blanes, ponerle nombre al consenso que se elaboró, se decretó y se implementó durante el periodo histórico conocido como la Transición. Un consenso que sirvió para darle sentido, todo atado y bien atado dijo el dictador, o en todo caso un sentido determinado, una dirección.

La Transición: por qué y para qué, podríamos preguntar. Desde dónde y hacia dónde. Y cómo, sobre todo cómo. El cómo es el qué y el porqué, lo saben quienes trabajan la materia del arte, y por eso tal vez Nacho Blanes ha decidido escribir una novela, para contarnos y contarse un período concreto de la historia de España que incluso quienes no habían nacido o habitábamos la infancia no hemos dejado de vivir ni un solo día. El drama humano es precisamente este, vivir sin vivir, vivir sin conocer, ajenos a los sacrificios, las renuncias, la derrota, para disfrutar sin más lo que nos ha ofrecido el nuevo régimen. Entonces llegan los desahucios, la ley Mordaza, la foto de Colón y diez mil policías en Barcelona persiguiendo urnas, titiriteros, twitteros y raperos en la cárcel y el viejo relato (consenso) se resquebraja.

Por eso El espíritu de Embajadores es una novela necesaria, porque llena de palabras el enorme silencio que nos habita, el silencio entre la desaparición del abuelo del autor en 1939 y su ausencia todavía hoy en 2021. No aparece el abuelo en la novela, pero está presente en cada página. La ausencia que perdura. La trama comprende los momentos más violentos y a la vez cruciales de la transición, abrazando así todas las ausencias. Una novela histórica con fundamento, rigurosa, narrada desde el punto de vista de una familia sacudida por los acontecimientos, rota, amedrentada, conformada. No de conformismo sino de forma, la forma que han reproducido las familias españolas desde entonces, de clase media, acomodadas, autocomplacientes, felices de vivir en la España democrática y sobre todo calladas, mudas por el miedo y la indiferencia.

El 15M vendrá a sacudir la conciencia más joven de la familia, joven e ignorante pero con espíritu crítico y necesidad de saber. La paz social se resquebraja, se resquebraja la paz en la familia. La verdad es revolucionaria y Yolanda la persigue por las grietas que el régimen del 78 no ha sido capaz de cerrar, mientras la historia de Arturo en el pasado, acusado de matar a un policía durante una manifestación, nos obligará a recorrer los rincones más oscuros de las celdas más oscuras y el gris ceniciento de calles y plazas, que algunos nos han querido vestir de lentejuelas y luces de neón.

El espíritu de Embajadores es historia y es drama, es realismo social y novela negra, es novela de aprendizaje y crónica política, es un relato veraz y comprometido de las experiencias de lucha que el poder tanto se preocupó por sepultar, con el único fin de seguir en el poder (atado y bien atado).

Nombrar el olvido, como lo ha hecho Nacho Blanes con su novela, es imprescindible en este país, como imprescindible es el relato de la barbarie olvidada. A través de las grietas de ayer y de hoy, podemos construir una nueva mirada que rompa los consensos impuestos. Y señalar, claro, señalar con el dedo a los verdugos. Porque la barbarie tiene nombre y dirección. Para todo eso sirve una novela como la de Nacho Blanes.