3/5/23

Oryx y Crake o el fin de la humanidad como utopía


La adicción o sumisión a la tecnología que impregna la época actual tal vez tenga que ver con un deseo de escapar de nuestro yo, de nuestra condición humana al percibirla como algo defectuoso, conflictivo, perverso, destructivo. De la sobrepoblación a la guerra y el genocidio, la hambruna, la explotación, la violencia de género. La ciencia y la tecnología en la modernidad se han asumido como elementos de progreso contradiciendo el mito clásico de Prometeo. Solo ante la evidencia de las crisis climática y energética las posibilidades que ofrece la cuarta revolución industrial se están convirtiendo en un nuevo campo de batalla. ¿Nos permitirá la tecnología superar todos los retos que tenemos por delante? ¿O por el contrario la fe ciega en una ciencia todopoderosa nos impedirá emprender las medidas políticas necesarias?

El mito de Prometeo ha tenido sus reinterpretaciones en la ficción moderna. El científico que se acerca a los dioses para conseguir con sus logros superar los límites de la humanidad y termina provocando lo contrario, pagando un alto precio por ello. Frankenstein es el paradigma. La historia de un médico que quiere crear vida para así vencer a la enfermedad y a la muerte. La vida monstruosa que crea intentará transitar una humanidad nacida del trauma y del dolor, como un camino para alejarse de su naturaleza ni humana ni divina. El científico deberá hacer frente a la responsabilidad de sus actos, uno de los temas principales de la obra.

Pero la humanidad es a su vez cultura, es la civilización que construimos al emprender el camino del monstruo para dejar de serlo, y escapar de ella, aunque sea para convertirnos en dioses, nos devuelve a una monstruosidad disfrazada de progreso, como el modelo de fábrica fordista utilizado por los nazis para su proyecto de limpieza étnica.

Oryx y Crake, primera parte de la trilogía MADDADAM de Margaret Atwood, aborda el mito de Prometeo desde una perspectiva distinta. No trata de la responsabilidad ni del impulso de acercarse a Dios, pero sí de un humanidad que escapa de sí misma por la vía de la ciencia, autodestruyéndose por el camino.

Crake, el Prometeo de Attwood, no quiere mejorar la humanidad sino trascenderla creando una nueva especie de seres humanos en un laboratorio, seres que carecen de todo impulso negativo, de toda inclinación a la violencia, de toda emoción que pudiera causar reacciones agresivas. No conocen la ropa, se alimentan de hierva y se reproducen mediante un ritual de apareamiento implantado genéticamente que impide toda violencia sexual o rivalidad entre individuos. Al mismo tiempo, Crake crea un virus letal que elimina a toda la población mundial que malvive y sobrevive a duras penas fuera de su laboratorio.

No se trata de mejorar la sociedad ni la vida de la gente, se trata de hacer tabula rasa, volver a empezar a partir de un nuevo ser que no guarda memoria alguna de los elementos de la cultura humana que generan o justifican conflictos violentos. No solo los instintos naturales. Ni sexo, ni religión, ni ciencia, ni política, ni lucha por la supervivencia.

Pero si en Oryx y Crake es el científico quien aprieta el botón del virus, es el ser humano quien ha desertado de su propia humanidad, dejándose arrastrar por un sistema profundamente desigual de grandes corporaciones, que compiten salvajemente entre sí y cuya principal actividad económica es la manipulación genética. Cruce de especies, creación de seres vivos para uso comercial, sustancias capaces de alterar el ADN. Todo ello representa una huida, una forma de escapar hacia una nueva condición alienada de la capacidad del ser humano de construir mundos de forma colectiva.

¿Quienes son los monstruos en la novela de Atwood? ¿El científico, su creación, o una sociedad que ha emprendido un camino de autodestrucción al dejar que la libertad del deseo anulara todo impulso de igualdad, justicia y bondad?

Qryx y Crake no aborda los peligros de la manipulación genética ni de la fe ciega en la ciencia, trata más bien del desastre de dejar atrás aquello que nos hace humanos, no como seres naturales, sino como seres sociales, porque la humanidad no puede existir sin una de las dos dimensiones que la componen. Como las mejores obras de anticipación, no nos habla de un posible futuro, sino de nuestro presente, porque el futuro no está escrito, pero el presente siempre camina en una dirección.