3/5/23

Desde la línea o la épica de la solidaridad


Desde la línea, la novela de Joseph Ponthus, es una maravilla, es decir, una obra literaria para admirar, para admirar con atención. Pero ¿qué nos ofrece en realidad? ¿Qué imagen o imágenes ante nuestra propia vida? La feroz experiencia de un obrero en la fábrica, un obrero consciente de su necesidad y de la renuncia que esta conlleva.

Sí, es un trabajo duro, alienante y a la vez imprescindible para salir adelante, un trabajo que moldea seres humanos, relaciones, familias enteras. ¿Tiene sentido una novela así? Trabajar es jodido, no tener trabajo más, no poder alcanzar el puesto de trabajo para el que te has preparado, no poder satisfacer la vocación que te ha ilusionado y motivado durante esos años de formación, abre un vacío difícil de asumir. ¿Tiene sentido contarle a la gente la vida de la propia gente, la miseria en sus propias carnes?

Probablemente no, probablemente es preferible contar historias de dragones y princesas, de vampiros y héroes. Por eso Joseph Ponthus no escribe una novela sino un poema épico, más cerca de Homero que de Upton Sinclair, un poema que constituye un llanto por la vida sometida y a la vez un himno a la lucha compartida. Sin trabajo no se vive, caballo de Troya que nos empuja al corazón de la explotación. Con trabajo, cada vez se vive menos.

El autor, protagonista del hecho de escribir desde la experiencia de la fatiga y el dolor del cuerpo, lo sabe muy bien. Escribe con ese dolor que no es del alma sino de la carne, por eso escribe sobre el peso y el hedor, la sangre y las vísceras y los guantes y las botas de protección y la columna vertebral que no le sirve a él sino al patrón, que no está para sostener el esqueleto en pie sino la productividad en los niveles exigidos por la empresa.

Tampoco es un héroe trágico que excite nuestra mirada crítica como lo fuera el Martin Eden de Jack London. Está Joseph demasiado cansado para cuestionar con lucidez intelectual el espíritu del capitalismo y la sociedad burguesa, porque con su último aliento al volver a casa de la línea, intenta, y no siempre lo consigue, sacar a pasear a su perro, daño colateral, pobre perro, de una vida rota y un cuerpo triturado por la maquinaria implacable de la economía de mercado.

Y el sabor de los cigarrillos en los descansos, la langosta y el cangrejo con mayonesa escaqueados de la fábrica y la solidaridad entre compañeros, y los domingos, sobre todo los domingos. Escribe los domingos, me imagino, o la escritura es también domingo y no otro trabajo más, para arrancar belleza de sí mismo como una forma de rebeldía, como una reivindicación de todo aquello que la explotación enmascara y pisotea. La novela, el poema, se convierte así en una revelación, una visión: la fuerza, la entereza, la creatividad, la solidaridad, la vida compartida de una clase obligada a partirse la espalda para que el mundo siga funcionando.