23/5/23

Salvados por la literatura o por qué hay que leer El Ministerio del Futuro


Resulta descorazonador escuchar o leer algunos de los discursos que desde el ecologismo advierten de la inevitable contracción de la esfera material de la economía provocada por la escasez de energía fósil principalmente, pero también por la de aquellos materiales imprescindibles para la producción y reproducción de energía renovable. Si añadimos la crisis climática sobre la que nos alerta la comunidad científica desde hace décadas y lo miramos todo a través del cristal de la actualidad, es posible que caigamos en una suerte de ansiedad, angustia o depresión por un colapso que parece acercarse inexorablemente.

La ficción, especialmente la ficción audiovisual, lleva años explotando un estado de ánimo que no solo es consecuencia de los hechos que los datos certifican, sino que hunde sus raíces en las sucesivas crisis sistémicas que la izquierda y los movimientos sociales no han sido capaces de confrontar. El realismo capitalista se podría considerar el autor real del cine apocalíptico y las series distópicas, que transmiten un pensamiento mayoritariamente conservador en un doble sentido. El colapso traerá consigo una colosal catástrofe social y humanitaria, nuestro sistema económico y nuestro estilo de vida queda definido así como el mejor posible, aquello que debe ser defendido a toda costa.

Pero en tanto la desazón por el futuro está detrás también del éxito de estos relatos, se abre la puerta para la emergencia de un discurso crítico que denuncia su carácter conservador a la par que reivindica la recuperación o la elaboración de nuevos paradigmas que planteen un horizonte de esperanza para la humanidad. Este fenómeno está empezando a darse en el terreno de la ciencia ficción y la fantasía, géneros que gozan de una creciente popularidad.

Dentro de esta nueva tendencia, dejando de lado que la ciencia ficción ha reflexionado sobre el futuro (y el presente) de la humanidad desde siempre, la nueva novela de Kim Stanley Robinson, El Ministerio del Futuro, irrumpe con una fuerza que trasciende no solo el género sino la literatura misma.

Kim Stanley Robinson es un autor de dilatada trayectoria y reconocido éxito cuya obra está atravesada por la crítica al capitalismo, la denuncia de la crisis climática y la defensa de ideas de izquierdas. Su última novela condensa todas sus preocupaciones para trazar un mapa complejo y diverso de un posible futuro, apostando por una salida en positivo de las crisis actuales, sin eludir las tragedias que vendrán ni la conflictividad que acarrean. Es una obra coral, fragmentaria, exhaustiva, que alterna primera con tercera persona e incluye fragmentos ensayísticos y técnicos, demostrando un vasto trabajo de documentación y un rigor narrativo elocuente. Este mapa se expande a lo largo y ancho del planeta, pero también del presente hacia el futuro.

El Ministerio del Futuro es un Órgano Subsidiario de Ejecución del Acuerdo de París cuyo objetivo es defender “a todos los seres vivos presentes y futuros que no puedan defenderse por sí mismos”. La Tierra ha entrado en una fase crítica, una ola de calor en la India ha dejado veinte millones de muertos y provoca fuertes convulsiones políticas en el país. Ha llegado la hora de la acción. Con este punto de partida la novela abarca un periodo de tiempo de varias décadas durante las cuales tienen lugar toda una serie de iniciativas y proyectos para frenar el calentamiento global y revertir en la medida de lo posible sus efectos.

Dos personajes contrapuestos se cruzan a lo largo de la historia y articulan la trama. Frank trabaja para una ONG en la India y sobrevive a la ola de calor, quedando afectado por un Síndrome de Estrés Postraumático que le marcará de por vida. Mary es la directora del Ministerio del Futuro, una irlandesa tenaz y de fuertes convicciones que no cejará en su empeño por lograr sus objetivos. Ambos representan la cara y la cruz de un cierto espíritu de época. La desesperación ante lo inevitable, la capacidad del ser humano para transformar las cosas, para seguir adelante pese a las dificultades.

El Ministerio del Futuro no es una novela moral ni de tesis. Plantea hipótesis ficticias arraigadas en la realidad del momento, sin cortapisas de ningún tipo, solo el compromiso ético y político con la supervivencia de la especie y el cuidado del planeta. A lo largo de casi seiscientas páginas se suceden grandes proyectos de geo-ingeniería, iniciativas financieras para frenar la emisión de gases de efecto invernadero que involucran una nueva moneda respaldada por los bancos centrales de los principales países del mundo, ataques terroristas con drones y misiles al tráfico aéreo y de mercancías, océanos teñidos de amarillo para reflejar la luz solar, revueltas populares, nuevos partidos ecologistas llegando al poder, y claro está, la resistencia de los más ricos y poderosos que se oponen a los cambios.

En su conjunto, la novela no configura un programa político, ni siquiera representa una tendencia clara, salvo un cierto reformismo radical, tampoco constituye una utopía propiamente dicha. Su intención es atacar a cierto estado de ánimo que se ha incrustado en la sociedad para romper con esa idea mil veces repetida de que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Stanley Robinson ha imaginado otra cosa, ha imaginado el fin de la pasividad, el desencanto y el derrotismo, para trazar el relato de como el ser humano, mediante su acción consciente y de forma colectiva, mediante multitud de iniciativas diversas y comprometidas es capaz de escribir su propia historia, y en este sentido ha puesto la literatura por delante de la política.

Por eso me atrevo a decir que la novela tiene una vocación fundacional, o de renovación, y no me extrañaría que diera lugar a otra trilogía como la que el autor dedicó a Marte y que le valió su mayor éxito internacional. También, y eso sería lo más importante, podría servir de estímulo para que más autores y autoras contemporáneas siguieran por el mismo camino: imaginar futuros de esperanza para forjar una nueva consciencia colectiva que nos empuje a la acción. Para eso puede servir la literatura si nos lo proponemos.