¿Estaremos siempre atrapados en esa dualidad? ¿No hay ni habrá victoria final? No la habrá porque siempre existirán el bien y el mal, el conflicto nos habitará como una manifestación más de una cultura tan colectiva como plural, tan rica como controvertida. Pero podemos leer la dualidad como dicotomía, como contradicción. Podemos, debemos, decidir escoger a Bach antes que al algoritmo, debemos, y podemos, exigir escoger la sanidad universal antes que fabricar bombas, acariciarnos antes que digitalizarnos, banal simulacro de las relaciones humanas parasitadas por los intereses de mercado.
Ver la dualidad como una contradicción a superar en la sociedad asumiendo la dualidad en la condición humana tal vez sea el nudo gordiano del pensamiento radical. Cierto, siempre existirá el bien y el mal inalienable el uno del otro, siempre habrá conflictos entre los seres humanos, pero tenemos el poder, el deber y el derecho a decidir el terreno de juego en el que se dirimirán esos conflictos. La imposibilidad de un mundo sin conflictos no entraña la imposibilidad de un mundo sin explotación, la imposibilidad de un mundo sin maldad no entraña la imposibilidad de un mundo sin fábricas de armamento.