14/11/20

Vivir, pensar, luchar sin certezas


Hay algunos temas sobre los cuales me cuesta tener certezas absolutas. El drama de las personas migrantes y refugiadas es uno de ellos. Solo tengo una certeza: ninguna persona debería morir en el mar, en los desiertos donde la UE ha externalizado sus fronteras, hacinada en campos de concentración en los Balcanes, Grecia o Calais. Se trata de un principio básico, la universalización de los derechos humanos. Hay quien tal vez lo llame "buenismo", yo lo llamo internacionalismo.

El otro día se emitieron las imágenes de un rescate en el mar por parte de la tripulación del Open Arms a una embarcación con 119 migrantes a bordo. También pude leer un artículo muy crítico con la ONG y el uso y abuso de tales imágenes, según el cual contribuyen a la explotación del dolor de las personas migrantes sin tener en cuenta su dignidad personal y el derecho a la intimidad.

No acostumbro a visionar este tipo de imágenes. Cuando las recibo a través de las redes sociales las aparto de mí con el dedo. Pero las citadas llegaron a los medios de masas, las vimos en familia mientras cenábamos ante el telediario. Mi hijo de once años me pidió por favor que las quitara y así lo hice.
Reconozco que no sé cual es la actitud correcta. Me parece que tanto el Open Arms, con su opción de ganar apoyos mediante la exhibición de las atrocidades que intentan mitigar, como quienes les critican, también desde colectivos comprometidos con el mismo objetivo, se equivocan y aciertan al mismo tiempo.

Las imágenes en movimiento tienen una doble naturaleza. Por un lado son un espectáculo, consumimos imágenes por las emociones que nos provocan, y por otro son un documento que da testimonio de la realidad, esencial para entender el mundo en el que vivimos.

No hay que olvidar que los nazis no solo querían exterminar al pueblo judío y a otras etnias no arias, también querían borrar la memoria tanto de su existencia como del crimen cometido. En los últimos momentos de la guerra se dedicaron a destruir todas las pruebas materiales y gráficas que pudieron. Posteriormente, algunos reductos del nazismo en el mundo académico intentaron negar la dimensión y la existencia misma de su genocidio, amparados en una supuesta falta de evidencias materiales.

La película El hijo de Saúl narra como miembros de la resistencia en el interior de un campo de concentración nazi se juegan la vida para sacar clandestinamente dos fotografías del exterminio sistemático de seres humanos en las cámaras de gas. Una fotografía muestra un grupo de seres humanos desnudos apiñados entrando en la cámara, la segunda muestra una montaña de cadáveres al otro lado. Son dos imágenes que no respetan en absoluto la dignidad de las personas aparecen en ellas, pero quienes las hicieron creían firmemente en la necesidad de hacerlas, para enseñarlas al mundo y provocar una reacción positiva.

No pretendo condenar ni absolver la estrategia comunicativa del Open Arms. Como he dicho, me faltan certezas. Creo que la disyuntiva moral a la que nos enfrentamos, sabiendo que tanto si ocultamos esas imágenes como si las exhibimos estaremos acertando y equivocándonos a la vez, se debe a la existencia misma de una realidad atroz que hace que un niño de once años se sienta incapaz de mirar a la cara del mundo al que pertenece, su mundo. Vivir, pensar, luchar sin certezas, con nuestra imperfección a cuestas, con errores y aciertos, será tal vez el único camino para reparar la dignidad dañada de tantos y tantos seres humanos.