20/4/21

República, repúblicaS o utopías


República
A finales de marzo llega la primavera. Las ramas de los árboles a través de mi ventana, que parecen grises entramados de articulaciones devoradas por la artritis, se teñirán de un verde exuberante y florecerán como los cerezos. Colores de la primavera, encarnación simbólica del renacer de la vida sumida en letargo de invierno. Tres colores destacan sobre el resto un día concreto, el 14 de abril. Las redes sociales se llenan de flores rojas, amarillas, violetas; se llenan de velas rojas, amarillas, violetas; se llenan de corazones rojos, amarillos, violetas; se llenan de banderas rojas, amarillas, violetas porque parece ser el día en el que salen a la luz del cálido sol de primavera miles y miles y miles de las gentes republicanas que pueblan las tierras de España, acostumbrados a hibernar el resto del año.

Puede que el republicanismo español tenga un punto folclórico. Pasea su identidad por las calles y plazas cada 14 de abril, como los católicos en Semana Santa. La República en España fue un proyecto ilusionante, pero efímero, no exento de acusados conflictos de clase que se resolvieron como los resuelve la burguesía, que aún mandaba en la República, por la vía de la sangre. Después de 40 años de dictadura corrupta y de 40 años de monarquía corrupta, nos queda al menos el folclore, la mística, la mística y la memoria de los muertos que nos empuja, y los avances sociales, claro, los avances sociales de un proyecto que sigue generando tanto odio como entonces entre la misma oligarquía que la derrocó.

Pero 80 años no pasan en balde. La guerra la perdió el bando republicano, la transición también fue una derrota en toda regla. Ahora parece que hay un repunte del republicanismo, los árboles florecen más allá del 14 de abril regados por la presencia de Unidas Podemos en el gobierno de esto que llamamos España. España, sí, porque resulta que la República en flor era tan española como los Tercios de Flandes. Sin embargo, otra república, la que defendía el movimiento independentista en Catalunya el 1 de octubre de 2017, no era más que una ruin conspiración burguesa, una treta nacionalista, nada que ver con un proyecto de liberación democrático por mucho que nos desgañitáramos algunos en la Puerta del Sol. En las modestas manifestaciones de Madrileños/as por el derecho a decidir durante los turbulentos días de la represión, tantas flores republicanas que hoy resplandecen brillaban por su ausencia.

repúblicaS
¿Cuál es entonces la alternativa de la izquierda republicana en España? ¿Qué propone el nuevo populismo de izquierdas ahora en el gobierno? ¿Destronar a Felipe VI para convertir en jefe del estado a Aznar o a Felipe González? No lo tengo muy claro. Estaría 4 años en el cargo, 8 como mucho. Eso ya es algo. Es obvio que para la izquierda a la izquierda del PSOE, la idea de una República podría funcionar como un proyecto alternativo de sociedad alrededor del cual crear y articular movimientos que no acaben integradas en el régimen, incapaces como ahora de romper con la lógica del social liberalismo, la lógica del mal menor.

Decía Santiago Alba Rico en una entrevista reciente a raíz de su libro España, que le resulta muy difícil decir Estado español en lugar de España porque esa expresión vale para referirse a una institución o a un gobierno pero no para nombrar un paisaje. ¿No será que hay que decir estado Español para nombrar luego con total sentido paisaje extremeño, gastronomía gallega o río andaluz, reivindicando así una pluralidad, una belleza y una riqueza cultural que ha sido siempre aplastada por ese delirio autoritario y excluyente de la derecha nacional-católica llamado España? La reconquista, la expulsión del pueblo judío, el exilio republicano, la reducción a enemigo interior del independentismo, apaleado, encarcelado y convertido en chivo expiatorio de todo proyecto político integrado en el Régimen del 78. ¿Cómo romper con una aberración histórica de más de 500 años?

No vale con cambiar un jefe de estado por otro, hace falta un proyecto alternativo que en su proceso de construcción rompa con la hegemonía política de la oligarquía, o de las oligarquíaS, mejor dicho. Hace falta un haz de repúblicaS donde hay ahora un haz de naciones, vertebrando formas de relación más respetuosas y democráticas, también con aquellas personas dispuestas a constituir una república española, una más entre tantas, y arroje al basurero de la historia de una vez por todas la estirpe de Isabel y Fernando, encarnada hoy por el Aznarismo, pero también por Felipe González y el ya esperpéntico “juancarlismo histórico” del PSOE.

Utopías
¿Por dónde empezar? ¿Cómo superar el enquistado pesimismo de la izquierda institucional (pulsión de derrota lo llama Enric Juliana)? ¿Como rescatar de la marginalidad a una izquierda radical desactivada por la lógica electoral? Recurro otra vez a Santiago Alba Rico, quien afirma que la izquierda radical durante los últimos años se ha ido llenando de razón y vaciándose de mundo. Parece que la solución sería abandonar las posiciones que mucha gente considera puristas o esencialistas para llenarse otra vez de ese mundo perdido. ¿Pero y si fuera al revés? ¿Y si la virtud de la izquierda radical fuera precisamente haberse vaciado lo suficiente y su lastre el peso de la razón? ¿No es el mundo hoy en día una distopía hecha realidad donde parece imperar el sálvese quien pueda? ¿No se encuentra la izquierda mundana (llena de mundo), la que gobierna, arrastrando el peso de la reforma laboral, de la ley mordaza, de los desahucios, de una ley de transición ecológica menos que insuficiente, de la imposibilidad de limitar el precio de los alquileres, de tantas y tantas expectativas frustradas? Como Fausto, se darán cuenta demasiado tarde de su error. Mefistófeles promete votos y sillones a cambio de integración. El sistema de partidos del Régimen del 78, una sinrazón fuera del mundo.

Hace un tiempo se filtró la voz de un mosso d’escuadra que durante una manifestación le espetaba a un manifestante independentista, en un tono entre despectivo e irónico: “la república no existe, idiota”. Una frase que causó gran regocijo en los medios, en las redes sociales, entre quienes desde cualquier punto de vista quieren “derrotar al independentismo”. Y yo me pregunto: ¿No es esa precisamente la cuestión? ¿No será que la única crítica real que se puede hacer a la República catalana es que no existe? ¿No será lo que empujó a cientos de miles de catalanes y catalanas a salir a la calle, la idea de ser protagonistas de una alternativa que por inexistente solo podía pertenecerles colectivamente e ilusionarles políticamente? ¿No será lo que lanzó a miles de personas a las plazas de toda la península el 15M de 2011, la pulsión de construir algo nuevo aunque desconocido, solo porque sabemos que no va a caer en manos de ningún Aznar ni de ningún Felipe VI, pero tampoco en manos de ningún Pedro Sánchez ni de ningún Pablo Iglesias?

La imaginación, vuelvo a Alba Rico, nos ayuda a situarnos en el lugar de los demás, algo esencial para comprender el sufrimiento y querer mitigarlo. La fantasía, sin embargo es peligrosa, siempre puede haber alguien dispuesto a hacerla realidad a cualquier precio. Y tiene razón, pero la crisis global que nos atenaza augura bruscas y trascendentales transformaciones en un mundo que sigue dominado por las fuerzas del capitalismo voraz. La peores fantasías de la ficción especulativa parecen posibles e incluso cercanas. No hay ficción más realista que Mad Max Fury Road o El cuento de la criada. Desde el cierre identitario de la extrema derecha, una pesadilla eco-fascista, hasta los proyectos tecnocráticos de Elon Munsk o Bill Gates. Utilizar la imaginación para llenar de sentido una “fantasía inexistente”, la vieja y buena utopía, que actúe como contra peso, podría representar la única alternativa real para articular políticamente un proyecto de izquierdas que diera al menos unos pequeños pasos fuera de la marginalidad.