23/4/21

Yo he venido a insultar


Llevo tiempo lamentándome del bajo nivel que la mayoría de tertulianos arrastra por los platós televisivos. Acogí con regocijo las palabras que Enric Juliana le dedicó a un politólogo que pretendía hacer valoraciones partiendo de preceptos supuestamente técnicos: "Yo hablo de política, aquí no se habla de política". Y es cierto, en las tertulias no hay debate político, hay enfrentamientos más o menos airados, más o menos respetuosos, desde posiciones predeterminadas que responden a intereses partidistas. Pero el otro día, contra mi costumbre, me senté ante el televisor para ver el debate de las elecciones a la Comunidad de Madrid del 4 de mayo, y me sorprendió descubrir que el nivel era todavía más bajo, más insultos, más mentiras, menos política, más propuestas programáticas lanzadas al aire sin fundamento.

Mark Fisher escribió los siguiente: "Tratar a las personas como si fueran inteligentes, se nos ha hecho creer, es elitista; mientras que tratarlas como si fueran estúpidas es democrático. No hace falta decir que el ataque al elitismo cultural ha sido la contra cara de una agresiva restauración de la élite material". Tanto los debates electorales como los televisivos dan fe de esta afirmación. De hecho, la periodista encargada de la moderación no se cansaba de recordar que tratándose de un debate, tenían vía libre para interrumpirse pasados unos primeros treinta segundos de intervención. La falta de respeto, el insulto, entorpecer al que habla para que su mensaje no llegue a su destinatario sin tener la necesidad de contrarrestarlo con argumentos. Todo ello bien normalizado pera garantizar que la política no enturbie el espectáculo, que la inteligencia no emborrone la imagen ni la estrategia de markting que tanto esfuerzo y dinero requieren.

La democracia representativa se ha convertido en un complejo mecanismo de "despolitización" de la ciudadanía, especialmente de la clase trabajadora, porque creedme, la clase media alta y más arriba son muy conscientes de sus intereses, no solo económicos, también ideológicos. La izquierda ha caído en la trampa, ha sustituido ideología por marca, reivindicación por programa electoral, combatividad por integración, liderazgo colectivo por caudillismo. La izquierda política, mucho peor la izquierda sindical. Desconectada de su historia, de su rebeldía, la clase trabajadora sucumbe a los cantos de sirena del pacto social, mientras el capital sigue engordándose, deglutiendo recursos públicos, triturando condiciones laborales, excretando precariedad.

El capitalismo ha conseguido trasgredir de forma destructivamente salvaje los límites del planeta, pero como nos enseña la experiencia de los campos de exterminio nazis, al ser humano y sus cuerpos les queda un largo camino por recorrer antes de llegar al límite de su deshumanización y destrucción físicas. Sin planeta no se puede vivir, sin cuatro o cinco mil millones de seres humanos sí es posible seguir manteniendo el status quo y la estructura de clases imperante. Hoy nos acechan tres grandes peligros de un enorme calado político: crisis ecosocial, crisis energética y la posibilidad de una salida totalitaria de consecuencias funestas. Ni una sola palabra de ninguno de los tres ni en las tertulias televisivas ni en los debates electorales.