5/5/21

El momento fascista


Puede que la campaña electoral en la Comunidad de Madrid haya sido la más crispada de los últimos tiempos. La reducción a dos únicos bloques homogeneizados por el discurso del bloque contrario (comunismo o libertad vs democracia o fascismo), ha favorecido los enfrentamientos cruzados alrededor de ideas fuerza que sin embargo, parecen sustentarse más en lo ideológico o emocional que en la realidad material. Así como en Catalunya las elecciones posteriores al 1 de octubre de 2017 encumbraron a Ciudadanos al capitalizar el espíritu de unidad anti independentista, en Madrid ha sido Ayuso y el PP quienes se han beneficiado de la coyuntura generada tras un año de COVID19.

El partido de Arriadas se ha visto empujado a ocupar el espacio del centro político, si es que eso existe, o al menos a reivindicarlo abiertamente en su discurso. La desintegración del proyecto se debe a dos razones fundamentales: al hecho de que ni sus bases ni sus líderes ni sus votantes han sido nunca de centro, y a un voto útil de derechas a su vez voto rebelde, pues Ayuso se ha construido a sí misma más como oposición a Sánchez y a Iglesias que como gobierno. El otro partido que se ha beneficiado de su papel en la oposición ha sido Más País, un rédito electoral del que no va a disfrutar en unas elecciones generales. Así pues, la radicalización a la derecha de Ayuso le ha quitado el aire a ciudadanos, pero no a VOX, que se ha visto empujado hacia posiciones claramente fascistas para diferenciarse de su futuro aliado de gobierno (o gobiernos).

No hay duda de que la campaña de VOX pone de manifiesto sus vínculos con el fascismo tradicional, aun depurado de simbología y misticismo. Su acto el primero de mayo y la presencia evidente de su marca sindical Solidaridad, así como la performance de Abascal en Vallecas y en otros barrios populares muestran un aparente giro del partido neofranquista a la conquista del voto obrero. No son palos de ciego. La coalición PP-VOX necesita sacar votos de donde sea para contrarrestar sus desastrosos resultados en Catalunya y Euskadi. De los 66 escaños catalanes y vascos en el Parlamento del estado, solo 7 pertenecen a la izquierda española. En la coyuntura actual, la "lepenización" de VOX es el único recurso visible para conseguir nuevos apoyos (perdidos los de PNV y CiU) que rescaten a la derecha de la bancada de la oposición.

El fascismo no es solo una ideología enmarcada en una tradición histórica. Es también una herramienta al servicio de la clase dominante para mantener su poder, a sangre y fuego si hace falta, cuando afronta una crisis. El PP, legítimo representante político de la burguesía española, ha encontrado una vía para deshacerse de Ciudadanos, un partido de arribistas sin escrúpulos que se había convertido en un estorbo. El giro fascista de VOX se enmarca en una estrategia de crispación y polarización cuya función es aislar al PSOE del votante moderado, la mayoría de los cuales han aprendido a odiar a Pablo Iglesias y a tolerar a Abascal. La incapacidad del gobierno de Sánchez de mejorar significativamente las condiciones de vida de la clase trabajadora constituye una ventana de oportunidad para VOX, que tiene ante sí el vacío dejado por UP al entrar en el gobierno y desertar de su papel de oposición de izquierdas.

¿Conseguirá el fascismo español arrebatarle el voto obrero a la izquierda como en su día el Front National en Francia? Sea como sea, vivimos tiempos convulsos, con una crisis económica, política, ética y ecológica que augura próximos conflictos sociales. No nos quepa duda que llegado el momento, el momento fascista, VOX y los suyos cumplirán con el cometido que la historia les otorga. La historia claro, entendida como la historia de la lucha de clases. Tal vez deberíamos recuperar esa convicción perdida y ponernos manos a la obra.