12/7/22

La voz sin voz


Hay dos preguntas que deberíamos hacernos al escribir: por qué hacerlo y desde donde. Ambas cuestiones tienen una profunda implicación política, porque la literatura puede ser una herramienta para intentar romper la barrera que separa la vida privada de la vida pública. También puede constituir un vehículo de alienación hacia el interior. El fin de la separación entre vida pública y vida privada es una reivindicación fundamental del feminismo. Tal vez por eso la literatura escrita por mujeres goza hoy en día de una vitalidad y de un impacto notorio. Pero si las mujeres han sido relegadas durante siglos a la invisibilidad y al mutismo, puede resultar difícil responder a la segunda pregunta. En realidad, siempre se escribe desde uno mismo, pero proyectándonos hacia el mundo que nos rodea. La segunda pregunta se responde con dos nuevas preguntas: sobre qué escribimos, sobre quién escribimos. De ahí la dificultad. ¿Cómo hablar desde el sufrimiento de las mujeres pobres que han sido invisibles y mudas a lo largo de los siglos? ¿Cómo hacerlo reivindicando una integridad rebelde que sirva de ejemplo y estímulo en el presente?

Puede que Del color de la leche, novela de la escritora galesa Nell Leyshon, sea el libro más político que he leído en años. También el más lúcido y el más emocionante. Leyshon realiza un ejercicio de imaginación soberbio para dar voz a la hija coja de una familia de granjeros pobres en el año del señor de 1831. El padre la vende al vicario del pueblo para cuidar a su mujer, y este le enseña a escribir. La escritura se convierte en una tabla de salvación, arrebatada a su nuevo dueño no sin sacrificio. Es un refugio, y a la vez un vehículo para alzar la voz, para reivindicar una voz que solo puede llegarnos a través de ese ejercicio de imaginación, de proyección hacia el mundo, de la escritora.

Mary construye un relato, en primera persona, tan personal e íntimo que consigue trascender las barreras del tiempo y del espacio. Es Mary y es Nell, es la esposa enferma y la criada despedida sin compasión cuando ella se convierte en la favorita del hombre de la casa. Es el sufrimiento compartido, y la rebelión ejemplar a través del único acto posible, lo cual supone para ella, para todas, una maldición a la vez que una liberación. El único acto posible porque Mary no tiene elección. Así lo dice ella con su propia voz, dos veces en la novela. Así lo demuestra con sus actos. ¿Hay forma más lúcida de definir el Patriarcado? Un hombre puede elegir ser un maltratador o no. Una mujer no puede elegir ser o no ser maltratada. No sin asumir las consecuencias de su decisión.

Hace falta mucho más que una novela para romper esa barrera que separa la vida privada de la vida pública, pero cuando se escribe para intervenir en la sociedad, desde la honestidad y el compromiso, cuando se consigue rescatar la voz sin voz, se da sentido a cada uno de los actos de rebelión, grandes o pequeños, íntimos o colectivos, que nos han precedido y nos proyectan hacia un potencial de transformación imprescindible para seguir adelante.