3/8/22

El meñique de la señora Waterford


Dice Margaret Atwood que cuando escribió su novela El cuento de la criada, se aseguró de que todo lo que ocurriera a sus personajes hubiera ocurrido de verdad alguna vez en la historia. Un planteamiento que nos deja un terreno muy basto a la hora de dilucidar qué elementos de la atroz república de Gilead sirven para hacer paralelismos con el Patriarcado realmente existente, ya sea en monarquías teocráticas totalitarias como Arabia Saudí o en países liberales supuestamente democráticos como el nuestro. Sin embargo, este tipo de comparaciones se quedan en la superficie ante una ficción que pretende ir mucho más allá de una simple metáfora del presente.

Tengo que reconocer que el concepto Patriarcado me resulta un tanto escurridizo. ¿Es una estructura económica? ¿Es una ideología? ¿Es una consecuencia de nuestras diferencias genéticas? ¿Es todo a la vez? Es, en cualquier caso, una realidad con la que debemos convivir (contra la que combatir). Por eso encuentro en la ficción elementos que me permiten ahondar en lo que significa y en el papel que jugamos hombres y mujeres en la actualidad.

No sé si la serie de televisión cumple la misma premisa con la que Atwood abordó la escritura de su novela. En su segunda temporada, un tanto irregular en un primer momento, la lucha por la pura supervivencia como ser humano de la criada June parece contaminar todo su entorno. Dos personajes emergen como elementos disruptivos que nos ayudan precisamente a entender cómo funciona un sistema opresivo y represivo que va no solo más allá de cualquier metáfora, sino más allá de sus estructuras económicas, a pesar de tener estas un papel fundamental al estar profundamente imbricadas en cualquiera de las formas de opresión y represión que al ser humano le ha tocado afrontar.

Se trata del bebé no nato de June y de su contra plano, la señora Waterford, una Serena Joy que en el pasado se erigió en lideresa e ideóloga de la futura Gilead y que se ha visto relegada al papel de esposa modesta y discreta. Su evidente frustración la lleva a ejercer con mano de hierro el papel de señora de la casa, transmisora directa de la crueldad que el régimen dispensa a las criadas y a todas las mujeres subalternas. La relación de este personaje, el más complejo y controvertido, magistralmente interpretado por la actriz australiana Yvonne Strahovski, con la bebé de June, exacerba el sentimiento que le provoca aquello que ella considera la función principal de la feminidad, la maternidad. En el proceso, vuelve a conectar con el hecho mismo de ser mujer. Aquí, el concepto de sororidad, sobre el que reflexiona June en la novela de Atwood, cobra una importancia vital. El vínculo de empatía que surge entre criada y señora, aun manteniendo cada una su posición social, abre una vía para la rebelión. El bebé, claro, es niña. La señora Waterford se plantea así, desde su rol de madre, qué futuro le espera a su hija bajo un régimen como Gilead. El mismo impulso que la llevó a formar parte activa del movimiento político que lo instauró, la lleva a la rebelión cuando ese impulso se ve sublimado por la responsabilidad de cuidar a un bebé real. Lo que quiso para ella con el fin de tenerla, no lo quiere para su hija. La rebelión se paga, claro, con la amputación de uno de sus dedos meñiques, lo que viene a decir que una mujer siempre será un ser subalterno, sea cual sea su posición social o el régimen político al que esté sometida.

Llegado a este punto, cabría hacer un pequeño reproche a la serie, por contraponer a la república de Gilead, de forma un tanto simplista, el residuo de unos Estados Unidos que sobreviven en el exilio canadiense. No se trata de escoger entre democracia liberal o totalitarismo teocrático, sino de enfrentarse a un patriarcado que se manifiesta de una forma más o menos cruda según el régimen político bajo el cual se perpetúa. Aquí emerge una vez más la paradoja del meñique. Un hombre puede escoger ser un maltratador o no, ser como el comandante Fred Waterford o como el agente del Ojo Nick Blaine, una mujer no puede escoger ser o no maltratada como mujer o reprimida por rebelarse contra ese maltrato.