14/9/24
Arna’s Children, Palestina más allá de la realidad
El objetivo de toda obra de arte es trascender la realidad, ir más allá de lo material, de lo sensible, para indagar en la esencia de lo humano. Para conseguirlo, el arte necesita un tema, un artista sin tema está abocado al fracaso, afirma John Berger. Pero tener un tema tampoco garantiza el éxito. A veces la realidad adquiera una magnitud tal que se produzca el efecto contrario. El tema trasciende la propia obra, se apropia de ella, el autor se convierte en una especie de médium cuya intervención, imprescindible sin embargo, queda eclipsada por la intensidad de lo narrado.
Es el caso del documental Arna’s Children, del realizador israelí Juliano Mer-Khamis. Rodado en el campo de refugiados de Jenin y estrenado en 2004, constituye un documento aterrador y emocionante a la vez, un lúcido retrato de la ocupación de Palestina y de quienes la sufren. Es aterrador porque la muerte atraviesa todo el metraje y se extiende más allá, pues Juliano fue asesinado en el mismo campo unos años más tarde (un crimen no resuelto). Emocionante porque se vislumbra el germen de una idea extirpada del imaginario político cuando se habla del conflicto desde cualquier punto de vista: la convivencia. Muerte y convivencia constituyen algo así como una dicotomía perversa, con la ocupación como antagonista omnipotente y omnipresente en la vida del pueblo palestino.
Arna es una activista israelí. De joven formó parte de las brigadas judías durante la colonización de Palestina, luego se afilió al Partido Comunista y se casó con un palestino. El realizador del documental, Juliano, es su hijo, quien consigue un nivel de intimidad y de compromiso por parte de los habitantes de Jenin, muy poco habitual en este género. En algunos momentos estamos viendo un diario filmado, conversaciones entre amigos, visitas a familiares o ceremonias íntimas. En otros, asistimos en primera línea a sucesos desgarradores, como la batalla que tuvo lugar en el campo en 2002, siempre con la proximidad de una confianza recíproca entre quien filma y la gente filmada.
Otro elemento importante de la obra es el tiempo. Rodada durante varios años, somos testigos de la evolución de los personajes y de cómo la ocupación les va destruyendo material, moral y, al final, físicamente. La mayoría de los personajes que aparecen al principio mueren antes de llegar al final. El realizador es testigo de todas las muertes, la de su madre, la de sus amigos palestinos, y a través del montaje, construye una dialéctica no lineal que nos ayuda a entender la dimensión social y humana de la ocupación, al poner en relación pasado, presente y futuro.
Arna fundó en el campo de refugiados de Jenín, al norte de Cisjordania, un teatro para niños donde les ayudaba a superar sus traumas de forma colectiva y pacífica. El teatro es una vía de escape, un refugio de diversión y evasión, para algunos incluso una chispa de esperanza, una perspectiva de futuro. Pero a medida que avanza el documental, los niños se convierten en adolescentes y el teatro en un recuerdo feliz. La ocupación todo lo envuelve, todo lo contamina, y el único camino, la única perspectiva posible para el adulto es la lucha.
En esa lucha, el pueblo palestino se muestra como una comunidad abierta, alegre incluso, dispuesta a prevalecer por encima de todo, muy conscientes también del peso cargado sobre sus espaldas y de la necesidad de resistir. No se percibe ni odio ni resentimiento, solo las huellas de una tragedia cebándose con su vida hasta destruirles. Su humanidad herida lucha por sobrevivir, y solo la desesperanza les conducirá al peor de los desenlaces. Porque no es fanatismo lo que empuja a los palestinos a cometer acciones suicidas contra civiles, es la ocupación y sus atroces consecuencias sobre familias enteras, sobre sus expectativas vitales, sobre la posibilidad de una esperanza en el futuro por pequeña que sea.
Entre quienes quedan con vida hay orgullo, hay comprensión, hay camaradería y hay amor. Por eso no diferencian entre víctimas, combatientes o suicidas, entre quienes luchan en el campo contra el ocupante con las armas en la mano y quienes se inmolan en un atentado. Amigos y familiares lloran por igual su muerte, sufren por igual la ausencia, la sensación de impotencia, la soledad, el abismo que se abre al fondo del cual se encuentra el propio destino, una voz lejana de advertencia: el próximo tal vez seas tú.
Ante la masacre que estamos presenciando ahora en Gaza, Arna’s Children trasciende su condición de documento para convertirse en un auténtico monumento a todos aquellos valores que el sionismo y la comunidad internacional están intentando sepultar bajo los escombros. No solo la resistencia del pueblo palestino, su dignidad, también un pequeño rastro de esperanza trazado por una activista israelí y su hijo, a quien los niños palestinos amaban y respetaban como a una madre y a un hermano.