No soy capaz de leer ninguna distopía como solía hacerlo antes de Contra la distopía de Francisco Martorell. Supongo que justo eso pretendía el autor: punto para él. Sigo disfrutando del genero, ahora con un nuevo filtro. Como las gafas de Roddy Pipper en Están Vivos, me obligo a mirar más allá, a escrutar aquellos elementos consustanciales que, como bien demuestra Martorell, lo señalan como conservador.
Pero no todas las distopías pretenden ese conservadurismo. Algunas injertan en el relato elementos disruptivos, líneas de fuga hacia propuestas contestatarias sino revolucionarias. Se trata tal vez de trasgredir el propio género, sus tópicos, crear obras híbridas no ajustadas del todo a los cánones, hijas del autor y del presente, para interrogarnos sobre cuestiones transversales entre mundos y épocas. Sí, todas las distopías hablan del presente, pero muchas de ellas, muchas, sino todas, nos alertan de los peligros que acechan en el futuro.
Esta estrategia de la hibridación es una de las utilizadas por Doctorow en su libro Radicalizado, cuatro novelas cortas calificadas como distópicas, que interactúan con otros géneros (ciencia ficción, superhéroes, thriller político y catástrofes) para abordar, en conjunto, algunos de los conflictos fundamentales de nuestro tiempo. Tal vez la constante en las cuatro historias sea el choque entre fantasía y realidad. No se sitúan en un futuro distópico, recurren a un elemento que retuerce la realidad, anticipando posibilidades, proponiendo hipótesis extremas, para extraer el núcleo del problema, el corazón herido, palpitante en su interior.
Así, los avances tecnológicos no nos liberan, agudizan las contradicciones de clase al darle la posibilidad a las empresas de limitar el acceso al consumidor en función de lo que este puede pagar. El gran héroe americano (sospechosamente parecido a Súperman) es repudiado cuando su sentido de la justicia le empuja a enfrentarse a un grupo de policías racistas. El consenso moral se pone en cuestión cuando los terroristas atentan contra las aseguradoras que se niegan a pagar los tratamientos de sus asegurados, y un agente de bolsa que pretende usar sus ganancias para aislarse con un grupo escogido a su gusto en un Fuerte del Fin del Mundo, descubre como solidaridad y apoyo mutuo son mejores herramientas que dinero e individualismo para sobrevivir al colapso social.
Esta última historia es, de las cuatro, la única que se acerca realmente al género distópico. Las otras tres plantean dilemas morales y políticos para el mundo de hoy, señalando cuales son algunos de los conflictos latentes detrás de las angustias contemporáneas. La desigualdad, el racismo institucional, el poder de las grandes empresas cuando faltan servicios públicos de calidad, y finalmente, el egoísmo de una clase adinerada que solo piensa en salvar su culo. Pero por encima de todo, Doctorow plantea, con estas historias, propuestas para la esperanza: la auto organización, la solidaridad, el compromiso ético, la empatía, el apoyo mutuo. Armas que están ahí para quien esté dispuesto a empuñarlas, en un mundo que ha llegado al punto de empezar a confundirse con muchas de las distopías escritas a lo largo de la historia.
El libro recorre así un camino emprendido por cada vez más autores, convirtiéndose en una especie de antidistopía, cuyo objetivo tal vez sea activar resortes en el lector, despertarles, enfrentarles con la posibilidad de una catástrofe que, de ocurrir finalmente, se habrá fraguado en el presente y por tanto, aún evitable.
No, no vivimos en una distopía, pero eso no significa que no debamos recurrir a los recursos que plantea Doctorow, radicalizándonos desde abajo, con el fin de mitigar, revertir o simplemente mejorar las crisis del mundo.
Esta estrategia de la hibridación es una de las utilizadas por Doctorow en su libro Radicalizado, cuatro novelas cortas calificadas como distópicas, que interactúan con otros géneros (ciencia ficción, superhéroes, thriller político y catástrofes) para abordar, en conjunto, algunos de los conflictos fundamentales de nuestro tiempo. Tal vez la constante en las cuatro historias sea el choque entre fantasía y realidad. No se sitúan en un futuro distópico, recurren a un elemento que retuerce la realidad, anticipando posibilidades, proponiendo hipótesis extremas, para extraer el núcleo del problema, el corazón herido, palpitante en su interior.
Así, los avances tecnológicos no nos liberan, agudizan las contradicciones de clase al darle la posibilidad a las empresas de limitar el acceso al consumidor en función de lo que este puede pagar. El gran héroe americano (sospechosamente parecido a Súperman) es repudiado cuando su sentido de la justicia le empuja a enfrentarse a un grupo de policías racistas. El consenso moral se pone en cuestión cuando los terroristas atentan contra las aseguradoras que se niegan a pagar los tratamientos de sus asegurados, y un agente de bolsa que pretende usar sus ganancias para aislarse con un grupo escogido a su gusto en un Fuerte del Fin del Mundo, descubre como solidaridad y apoyo mutuo son mejores herramientas que dinero e individualismo para sobrevivir al colapso social.
Esta última historia es, de las cuatro, la única que se acerca realmente al género distópico. Las otras tres plantean dilemas morales y políticos para el mundo de hoy, señalando cuales son algunos de los conflictos latentes detrás de las angustias contemporáneas. La desigualdad, el racismo institucional, el poder de las grandes empresas cuando faltan servicios públicos de calidad, y finalmente, el egoísmo de una clase adinerada que solo piensa en salvar su culo. Pero por encima de todo, Doctorow plantea, con estas historias, propuestas para la esperanza: la auto organización, la solidaridad, el compromiso ético, la empatía, el apoyo mutuo. Armas que están ahí para quien esté dispuesto a empuñarlas, en un mundo que ha llegado al punto de empezar a confundirse con muchas de las distopías escritas a lo largo de la historia.
El libro recorre así un camino emprendido por cada vez más autores, convirtiéndose en una especie de antidistopía, cuyo objetivo tal vez sea activar resortes en el lector, despertarles, enfrentarles con la posibilidad de una catástrofe que, de ocurrir finalmente, se habrá fraguado en el presente y por tanto, aún evitable.
No, no vivimos en una distopía, pero eso no significa que no debamos recurrir a los recursos que plantea Doctorow, radicalizándonos desde abajo, con el fin de mitigar, revertir o simplemente mejorar las crisis del mundo.