14/9/24
Siria, Gaza y el ángel de la historia
Gaza es el centro del mundo. Y lo es en todas sus dimensiones, también temporal. Histórica si lo preferís. La posición que ocupa Gaza en el mundo no le viene dada por la magnitud de los acontecimientos. No es una cuestión de cantidad, ni de calidad, malos contra buenos. También en los campos de exterminio había malnacidos, y si los asesinados en Gaza son miembros, votantes o simpatizantes de Hamás, no cambia ni un ápice la atrocidad moral y humana de los crímenes de Israel. Convertir a todas las víctimas en inocentes, decía, si no recuerdo mal, Hannah Arendt, es deshumanizarlas.
El genocidio cometido por Israel en Gaza tampoco representa la emergencia de un mal radical inesperado, nunca visto, deslumbrante como la luz cegadora del hongo atómico. La importancia de lo que ocurre en Gaza, y tal vez se trate de lo más importante que está ocurriendo en el mundo en este momento, radica precisamente en su dimensión temporal.
Es famosa la interpretación que hace Walter Benjamin del dibujo de Paul Klee titulado Angelus Novus, fechado en 1920. Para Benjamin, la figura representa un ángel, el ángel de la historia, volando de espaldas hacia el futuro, empujado por una terrible tempestad, mientras observa la destrucción que deja a su paso. Lo que llamamos progreso, dice Benjamin, es justamente esa tempestad.
La pregunta que deberíamos hacernos hoy, es obvia: ¿hacia dónde se dirige el ángel y qué ven sus ojos? Estos días he podido ver el documental Para Sama, de la periodista siria Waad Al-Kateab. Es la historia de dos activistas que participan de la revolución siria hasta sus últimas consecuencias. Él, médico, dirigiendo primero, creando de la nada después, un hospital en la ciudad de Alepo. Ella, periodista, contando la historia de su revolución personal y colaborando como enfermera.
Lo primero que me llamó la atención fue la similitud de las imágenes de mutilación y muerte en los pasillos del hospital y entre las ruinas de las casas bombardeadas por los criminales Assad y Putin, con las imágenes que nos llegan todos los días de los hospitales y las casas bombardeadas en Gaza. Podrían ser intercambiables. Pero la realizadora no está alimentando las redes sociales, está contando su historia, está narrando, articulando un relato que trasciende el impacto y el morbo, el grito y la indignación, para convertirse en otra cosa. No sabemos muy bien qué: un canto, un lamento, una oración fúnebre, algo que, de alguna manera, contiene no solo los cuerpos de los niños y niñas sirios, también los gazatíes y los ucranianos, e incluso los cuerpos de los niños y niñas exterminados en la medianoche del siglo por la barbarie nazi. Son esos cuerpos, sin distinción, muriendo otra vez bajo los escombros de las casas y los hospitales, lo que ve el ángel de la historia mientras bate sus alas sobre Gaza.
Nos queda la pregunta más importante: ¿a dónde se dirige el Ángel? ¿hay progreso en el futuro? ¿o la consecución de las guerras en Siria, Ucrania y Gaza constituyen una cadena de acontecimientos destructivos de final incierto? No lo sabemos. Yo no puedo evitar, sin embargo, pensar en las personas refugiadas que se hacinan en las fronteras del primer mundo, en los Balcanes, en el norte de África, entre México y Estados Unidos, de la misma manera como se han hacinado en Gaza millones de palestinos y palestinas, enfrentándose ahora a su propia “solución final”. Se les considera, sin distinción, una amenaza para la seguridad y el progreso económico de sus vecinos del primer mundo.
Pero también pienso en Sama, la protagonista muda del documental de Waad Al-Kateab. Porque el médico y la periodista no deciden quedarse en Siria, en la ciudad sitiada de Alepo, solo para curar y narrar. También deciden engendrar una nueva vida pese a todo, una niña a la que cuidan y protegen, en cuyo pequeño y frágil cuerpo se concentran los peores miedos y las esperanzas mínimas ante un futuro que promete ruinas.
Uno de los aciertos de la periodista es contar en paralelo las dos historias, la suya y la de Sama, el compromiso con la revolución y el compromiso con ese nuevo ser. Se rompe así la narración lineal para transportar al espectador, una y otra vez, adelante y atrás en el tiempo, del presente como ruina, como tragedia, al presente como esperanza, del pasado al futuro.
No podemos saber cómo será nuestro futuro. Tenemos el derecho, y la obligación, de imaginar lo peor ante un presente desgarrador. Pero no podemos olvidar los ojos de Sama, profundos ojos oscuros desde donde se vislumbra, como una pequeña llama en la tormenta, la luz del compromiso y la esperanza, conjugándose para proteger la vida y el mundo. Si no somos capaces de imaginar su futuro, nos engullirán las ruinas.