15/9/24
Soñar de otro modo para actuar de otro modo
Las bombas caen sobre Gaza, con el apoyo incondicional de las instituciones más poderosas del mundo occidental; la tierra se calienta por encima de sus posibilidades mientras los gobiernos siguen subvencionando los combustibles fósiles; los bancos y los fondos de inversión desahucian de sus casas a pobres y no tan pobres; la privatización de la sanidad y de la educación sigue su curso; los beneficios empresariales crecen más que los salarios; la extrema derecha se reúne en Madrid para celebrar sus éxitos alrededor del mundo y seguir impulsándolos, porque, votación tras votación, la ola reaccionaría parece no tener fin, como si una pulsión de muerte arrastrara la ciudadanía y la libertad política se hubiera convertido en un instrumento de autodestrucción.
La humanidad ha llegado a un grado tal de alienación que experimenta su propio exterminio como un goce estético, nos advirtió Walter Benjamin. Una advertencia que parece hoy profecía. No hay duda que el fin de la humanidad y de los valores del humanismo, se prodiga con enorme éxito en la ficción contemporánea. En sus dos primeros libros, Francisco Martorell aborda parte del fenómeno. Digo parte porque, en su análisis, extenso y riguroso, separa el género distópico del género apocalíptico o de catástrofes.
Ahora acaba de reeditar su primer libro, Soñar de otro modo, con el que pretende sentar las bases para una nueva utopía secularizada, con el fin de enfrentarse a una cuestión especialmente relevante: si no somos capaces de imaginar futuros posibles y a la vez deseables, que dejen de representarse como la imagen inversa de la distopía, nos veremos inmersos en ese futuro catastrófico que se vislumbra más allá de la aparente imposibilidad de transformar el presente.
Utopía y distopía son dos caras de una misma moneda. Ambas intentan profetizar el futuro basándose en algunos de los elementos que constituyen los conflictos sociales y políticos de la modernidad. El capitalismo de mercado frente a la sociedad autónoma, el individuo frente al colectivo, la igualdad frente al elitismo, el estado frente a la libertad individual... La obra resultante será utópica o distópica según la inclinación de quién la escriba.
En Soñar de otro modo, Martorell establece una relación directa entre utopía clásica y metafísica. Toda solución propuesta para el futuro pretendía ser una suerte de solución definitiva, un punto de llegada, un fin de la historia, donde la naturaleza humana lograba su máximo desarrollo en una sociedad de total igualdad, bienestar y transparencia. Es en el contexto de la posmodernidad, que “erosiona radicalmente la credibilidad de la metafísica”, cuando la utopía desaparece del ámbito de la ficción (y de la política), barrida por la distopía (auge de la extrema derecha) y el apocalipsis (crisis climática).
Martorell defiende, para el presente y el futuro, junto a algunos autores como Ursula K. Le Guin o Kim Stanley Robinson, una utopía que abandone sus mitologías habituales. Ni fin de la historia ni sociedad perfecta, lo que necesitamos es indagar, a través de la ficción, en aquellos valores éticos y sociales capaces de abordar los graves problemas que nos acechan, para reconstruir un horizonte de deseo capaz de marcarnos el camino (algún camino, al menos).
Me atrevería a decir que la propuesta no atañe al reformismo socialdemócrata actual. Supone, más bien, la crítica a una izquierda atrapada en la maraña institucional, incapaz de “soñar de otro modo” y, por tanto, de impulsar alternativas reales a la muy real alternativa de la extrema derecha.
Llegado hasta aquí, quisiera proponer una interpretación personal de uno de los géneros apocalípticos de mayor éxito, apartado, por tanto, del objeto de estudio de Martorell: el cine de zombies. En Soñar de otro modo se cita la famosa expresión de Margaret Thatcher, “There is no alternative”, conocida con el acrónimo TINA, no hay alternativa al capitalismo liberal. TINA ha dominado tanto la política como la ficción las últimas décadas, ha borrado la utopía porque, como ya se ha repetido hasta la saciedad: “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Hay, sin embargo, otra afirmación de la propia Thatcher, si no recuerdo mal, según la cual “no existe la sociedad, sino sólo individuos que compiten entre sí.”
Yo me pregunto: ¿no es el subgénero Zombie un intento de llevar al paroxismo esa idea? En el universo de la serie Walking Dead, por poner un ejemplo, no hay sociedad, no hay institución, sólo individuos que luchan por sobrevivir según sus recursos y habilidades. Alrededor de ese mundo de “individuos compitiendo entre sí”, se encuentra “el otro”, el paria que viene de fuera, deshumanizado y peligroso, criminal por naturaleza; empujado por un instinto primario de supervivencia, intenta compulsivamente derribar o saltar muros y alambradas para devorar la seguridad y el bienestar de quienes se han ganado el derecho de habitar el territorio libre. El subgénero Zombie no es, pues, apocalíptico como aparenta, sino todo lo contrario, es una utopía, una utopía liberal en toda regla, pero una utopía secularizada tal y como propone Martorell (hasta en eso nos lleva la derecha la delantera) pues no propone ni una solución final ni mundo perfecto, como resulta obvio, pero sí una realidad donde el más fuerte y listo prevalece, si es capaz de dejar de lado los valores democráticos y humanistas de su vida anterior.
Claro, la mayoría de los elementos del subgénero Zombie, como la mayoría de la ciencia ficción, tienen un carácter alegórico, hablan del presente más que del futuro, pero cuidado, porque si no aprendemos a soñar de otro modo para definir nuevos horizontes hacia los que caminar, la utopía liberal puede estar más cerca de lo que nos imaginamos, y allí, sólo sobrevive quien mejor sepa blandir la sierra mecánica, ya me entendéis.